Don Manuel Pérez Trastoy
Fotografiado por David Bulpe Solano
Por Esperanza Cabello
Fotografías de David Bulpe Solano
Hace mucho tiempo que queríamos hablar sobre don Manuel Pérez Trastoy, seguramente por la admiración que le profesaba nuestro padre, o por lo increíble que resultaba (y sigue resultando) que una persona ciega haga constantemente miles de actividades que para los demás resultan casi imposibles.
El hecho es que en nuestra casa siempre ha sido una persona querida y admirada, y don Manuel nos ha revelado una de las posibles razones, además de las evidentes, para este cariño y esta devoción: don Manuel es gallego, concretamente de San Cibrao (en este enlace), y nuestro padre sentía veneración por esa tierra de la que desciende nuestra familia Janeiro; además coincidían muchas veces en los primeros tiempos de maestro de nuestro padre (cuando trabajaba en la Escuela de Artes y Oficios) en las Bodegas Corrales, allí por El Jardín, donde algunos maestros (don Manuel Heliodoro, don Francisco Collado, don Manuel Carrasco...) iban a tomar algo al terminar las clases y donde don Manuel tenía algunas máquinas.
Entre todos ellos creció una gran amistad que perduró en el tiempo. Nos cuenta don Manuel que nuestro padre le hacía entrevistas para Radio Peninsular, sobre todo relacionadas con la ONCE.
Teníamos, pues, mucho empeño en hacer una pequeña entrevista a don Manuel, pues hemos seguido su trayectoria desde siempre y, aunque sabemos que ha sido entrevistado muchas veces y hemos podido leer varios artículos sobre él, queríamos hablar de esa vida tan extraordinaria e incluirlo en nuestra "pequeña galería" de renombrados ubriqueños.
Así que pedimos un poco de ayuda a nuestro amigo David Bulpe, un gran amigo de nuestro personaje, que lo ha presentado hace unos años de forma magistral en la primera entrega de "Ubrique, como yo lo siento" (en este enlace) y a quien le unen lazos de amistad entrañable. Este trabajo de David, impresionante, recopila en varios minutos una presentación impecable de don Manuel, pero también de nuestro pueblo.
Pues nosotros queríamos hacer una presentación pero con palabras, así que David nos ha acompañado a conocer más de cerca a don Manuel, que nos ha abierto las puertas de su casa amablemente y de corazón.
Manuel Pérez Trastoy nació el domingo, 27 de febrero de 1938, a las seis y media de la mañana en el pequeño pueblo de San Cibrao, en la provincia de Orense. Nos cuenta la casualidad de que el mismo día y a la misma hora moría el maestro del pueblo, efemérides que sigue recordando.
Era el tercer hijo de doña María Concepción Trastoy Pérez, que había nacido en Villalba (Lugo), pero se había trasladado a San Cibrao cuando se casó, pues su marido, José Benito Pérez García, sí que era del pueblo.
La familia vivía de la agricultura, habían tenido tres hijos: José María, Pedro y el propio Manuel, y ganaban su sustento en el trabajo del campo.
A José Benito le faltaba un brazo, a veces tiraban barrenos en el río para pescar, y en una ocasión un barreno le cayó en el brazo destrozándoselo. No obstante podía seguir trabajando y haciendo muchas actividades, a pesar de tener un solo brazo. Comenzó a trabajar como guarda nocturno en la estación de Zamora, y a veces llevaba a sus hijos con él.
En una ocasión, siendo Manuel muy pequeño, apenas tenía nueve añitos, se fue una semanita con él a Zamora. Manuel recuerda aquellos días con gran emoción, pues su padre le encargó que cuidara de todo, que iba a hacer la ronda, pero pasaba el tiempo y no volvía, así que Manuel fue a buscarlo y lo encontró caído: le había dado un infarto.
José murió a los ocho días, el 28 de mayo de 1947.
Don Manuel añade: "En ese momento yo ya tenía la bomba". Y es que los que lo conocemos, sabemos que su ceguera fue causada por la explosión de una bomba. Lo que quizás ignorábamos, es que él mismo la había hecho estallar.
Viéndolo ahora, a sus 79 años, podemos imaginar perfectamente cómo era Manuel a sus nueve años: un niño vivaracho y avispado, muy listo y muy despierto, con un ansia de aprender, de descubrir, de experimentar y de emprender por encima de la norma.
Pues aquel niño había encontrado un artefacto jugando cerca del río, era una especie de cilindro metálico y estaba decidido a abrirlo como fuera para ver qué escondía en su interior. El 13 de junio de aquél año, un par de semanas después de que muriera su padre, Manuel decidió que era el momento de sacar el artefacto de su escondrijo y abrirlo.
Aquella mañana no acompañó a su madre al campo a trabajar, como solía hacer, se quedó en casa con cualquier excusa y se dispuso a abrir, aunque fuera a martillazos, su "tesoro".
Don Manuel conserva el martillo con el que golpeó la bomba
Se ve perfectamente que es un martillo antiguo, forjado en la fragua
Su "tesoro" era en realidad una bomba de la Guerra Civil que había quedado abandonada sin estallar y que los niños habían encontrado. Manuel quiso abrirla con su martillo. Al primer martillazo se aplastó un poco; al segundo, un poco más, y al tercero la bomba hizo explosión. Manuel salió corriendo de lacasa despavorido y ensangrentado. Una señora que hacía las veces de enfermera en el pueblo lo lavó y lo vendó. Después lo llevaron en burro al médico, solo había médico en un pueblo cercano, Viana del Bollo, un pueblecito de unos seis mil habitantes, en el que don Manuel Ávila lo trató de sus heridas. Ya entonces no veía apenas, pues la bomba le había estallado en la cara.
Pero poco a poco, con las curas que le realizaba uno de sus tíos, empezó a recuperar la visión.
Era una familia humilde, y Manuel necesitaba ir al hospital, así que pidieron dinero a los vecinos para pagar el transporte a Orense.
Primero cogieron el autobús desde Viana hasta Rua de Petin, y allí un tren hasta Ourense.
Don Manuel recuerda aquellos trenes destartalados, de madera, sin compartimentos, en los que viajar era casi una expedición. Nuestro personaje tiene un amemoria envidiable, y recuerda aquel viaje que hizo con su tío José Manuel. Junto a ellos viajaba un agente de la guardia civil que iba comiendo un melón. El niño no sabía lo que era un melón, y el guardia les ofreció una tajada. Manuel recuerda lo malito que se puso con aquel primer melón de su vida.
Durante un mes estuvo ingresado en el hospital de Ourense curándose de las heridas que le había provocado la bomba. Recuperó mucha visión y comenzó a ir de nuevo a la escuela, le encantaba aprender, le gustaban muchísimo las matemáticas y devoraba todos los libros que caían en sus manos.
Pero un día, estando en clase con su maestro, le dijo "No veo, don Mario". Comenzó un nuevo calvario para aquel niño: un desprendimiento de retina haría que Manuel no volviera a ver. Tenía once años, y lo peor era que él quería aprender, quería ir a la escuela, era un niño lleno de inquietudes y en aquel momento se sentía muy desgraciado, porque ya no veía.
Un tiempo después, ya casi un jovencito, fue al velatorio de un niño de Viana que había tenido un accidente con la bici, y allí un señor le habló de los colegios para los niños ciegos.
Un nuevo mundo, lleno de esperanzas, se abrió para Manuel.
Don Manuel es un experto en el arte de la papiroflexia
Aunque su madre no estaba muy convencida, Manuel consiguió que le permitiera ingresar, no sin algunas peripecias, en el colegio de ciegos de Pontevedra, en el que comenzó con quince años.
A punto estuvo de no poder entrar, pues al hacerle el documento de nacimiento el cura se había equivocado en la edad y le había puesto veintitrés años. Menos mal que todo pudo corregirse y el once de septiembre de 1952 Manuel comenzó su andadura en el colegio.
Allí aprendió no solo a leer y escribir en Braille (el método para ciegos) sino a vestirse, a moverse, a comer, a vivir sin ver.
Era un colegio de la ONCE, fundación que había sido creada el 13 de diciembre de 1938 en Valladolid (en este enlace).
Aquella época fue una verdadera revolución en la vida de Manuel. Su primer maestro en Pontevedra fue don Benito Losada. Y Manuel solo queria aprender, le gustaban muchísimo las matemáticas, pero aún más le gustaba la música. Incluso hacía gaitas.
Él quería aprender a tocar el violín, pero en el colegio solo había piano. Manuel ni siquiera sabía lo que era un piano. Un voilín sí, porque cuando él era pequeño un ciego iba cantando y tocando el violín con su hija por el pueblo.
Aprendió piano, pero también bandurria, guitarra, laúd. En sus primeros tiempos de Ubrique montó una rondalla, incluso llegaron a tocar en la plaza de toros.
También estudió solfeo, iba a examinarse en un conservatorio en La Coruña. Y como había empezado mayor en el colegio (solo podían estar hasta los dieciochos años) hizo cinco cursos en tres años, pues quería estudiar la carrera de piano.
Cuando iba a cumplir los dieciocho años lo admitieron en Madrid, él recuerda que sor Matilde le dio la noticia, por aquellos entonces Manuel tocaba para la comunidad.
Finalmente terminó la carrera en el Real Conservatorio de Música y Declamación de Madrdi en 1961.
Título del Grado Profesional de Música
Por aquel entonces ya Manuel había conocido a Carmen, la que sería su compañera de toda la vida. Mari Carmen García Ordóñez, una andaluza nacida en Casares y residente en La Línea. Carmen había nacido el 18 de marzo de 1933, su padre había muerto muy joven y Carmen se fue a Venezuela a trabajar con un hermano.
Al volver de Venezuela comenzó su trabajo en el colegio y allí conoció a Manuel. Ambos se enamoraron y comenzaron una bonita relación, llena de pequeños sobresaltos al principio, porque como él solo podía salir los domingos, a veces los jueves decía que iba a la biblioteca y en realidad se iban los dos a pasearse o al cine.
Poco después Manuel había terminado sus estudios y se fue a La Coruña a vender el cupón de la ONCE. Carmen aprendió a leer y a escribir en Braille para poder comunicarse con él.
Pero muy pronto Manuel le pidió matrimonio, como no estaba seguro de que su suegra lo admitiera, le escribió una carta sincera y profunda con la que ella lo admitió sin dudarlo.
Carmen y Manuel se casaron el 4 de marzo de 1960 en Madrid, seguramente en la iglesia del Carmen.
Boda de Carmen García y Manuel Pérez
Después de la boda la pareja se trasladó a vivir a La Coruña. Su viaje de novios fue, por supuesto, a Galicia, donde Manuel pudo mostrar su tierra a su querida Carmen. Precisamente durante este viaje de novios participó en un concurso de piano, y quedó semifinalista.
En La Coruña estuvieron viviendo en pensión: una habitación con derecho a cocina. Después se trasladaron junto al estadio de Riazor, en un piso en la cuarta planta. Entonces la familia comenzó a ampliarse: llegaron Carmen y María Isabel.
A finales de 1962 don Manuel recibió una oferta de trabajo: podría ser el encargado de la oficina de la ONCE de Ubrique. Decidieron trasladarse y en un primer momento se fueron a La Línea, donde vivía la madre de Carmen, mientras Manuel hacía los cursos para poder ocuparse de su nuevo trabajo.
Las dos primeras mujeres de la vida de Manuel
La familia Pérez García se mudó definitivamente a Ubrique el día tres. Era un día lluvioso y se alojaron en la pensión Los Pilares, en la calle del Agua, allí aún había un lugar para dejar a las bestias. Don Manuel recuerda que aquel día se fueron todos al cine.
El alcalde de Ubrique en la época era aún don Carmelo Gago.
El día 9 de enero de 1963 se trasladó con su esposa y sus niñas a la calle de San Sebastián, donde actualmente hay una barbería, después compró una casita en la calle Curtidores, y él mismo hizo la instalación eléctrica.
Los primeros tiempos en Ubrique fueron más duros. Había que sacar adelante una familia que pronto se convirtió en muy numerosa: Carmen y Manuel tuvieron seis hijos: Mari Carmen, María Isabel, Conchi, Lucía, Rosa (la pequeña Rosa, su Rosita) y Manuel.
En la Delegación de la ONCE también había mucho trabajo por hacer, todo estaba por construir, pero Manuel es un hombre muy mañoso y creativo, capaz de hacerse sus propios muebles incluso con aquellos cajones de madera que traían la ropa y que Pedro Pérez le había dado. Trabajaba incansablemente, día y noche, incluso a oscuras.
Aún conserva un armarito que construyó y que su mujer pintó.
Apasionado del piano, daba clases, gratuitamente, a muchos jóvenes del pueblo, recuerda con cariño a María Jesús Benítez, a Lali Zapata, Fernando, Pepete, Carpio, Suárez y a muchos otros. Sus alumnos llegaron a montar un conjunto musical en el que la cantante era María Jesús.
Un par de años después de haber llegado a Ubrique el organista de la parroquia se puso enfermo, y don Manuel lo sustituyó durante varios años, le gustaba tocar en la iglesia, y nosotros recordamos (pues ya estamos en 1966) el asombro que nos provocaba a los pequeños (y también a los mayores) saber que el organista era ciego.
Mientras su trabajo en la ONCE continuaba. Al llegar había en Ubrique siete vendedores, Manuel siguió una estrategia para captar público que tuvo buen resultado: cada tarde ponía en los bares el número premiado, para que la gente lo supiera y pudiera cobrar sus premios.
También comenzó su tarea con las máquinas recreativas: era capaz de reparar cualquier avería en estas máquinas, dejándonos a todos embobados con su trabajo. Realmente siempre ha sido muy habilidoso, o, como diríamos aquí, muy listo. Pero no es solo eso, es su tesón, su voluntad, sus ganas de aprender y su empeño por ser capaz de cualquier cosa que se propusiera.
Durante nuestra conversación nos ha llamado la atención que ha intentado hacer todo lo que ha imaginado, por encima de su ceguera. La única cosa que aún no ha podido hacer ha sido conducir, obviamente, pero sí que dentro de su garage ha trasteado en el coche para ver cómo funcionaba y cómo se ponía en marcha.
Con una memoria envidiable nos ha explicado todos los detalles de su estancia en Ubrique, cómo pudo comprar la casa familiar, en la Plaza de Misión Rescate , cómo se trasladaron todos a la nueva casa el 19 de abril de 1968, cómo vivieron la construcción de la rotonda y cómo fue creciendo su familia.
También nos ha hablado de su trabajo en la Delegación de la ONCE, incansable, haciendo una tarea de concienciación, de ayuda a los ciegos, de expansión. Cuando se jubiló, que fue muy pronto (el 17 de abril de 1998) ya había veinte vendedores en Ubrique y todos en el pueblo sabíamos ya de la gran labor que la fundación realiza.
Este gallego convertido en ubriqueño sigue amando su tierra, y tiene vivos los recuerdos de todos los años de su infancia, que atesora con gran cariño, a pesar de las grandes dificultades con las que tuvo que batallar desde su más tierna infancia. Pero también está enamorado de Ubrique, de este pueblo que, según él mismo dice, tanto le ha dado y tan bien lo ha recibido. Aquí nacieron cuatro de sus hijos, aquí han nacido sus nueve nietos: Cristina, Susana, Mari Carmen, Patricia, Manuel, Damián, Alejandro, Lucía y Marta.
Y aunque aún es muy joven, don Manuel ya tiene tres bisnietos: Samuel, Alonso y Lola.
También en Ubrique reposan su hija Rosa, su Rosita, que murió el 19 de enero de 2015, y la compañera de toda su vida, Carmen, que murió un año después, el 11 de enero de 2016.
Estas dos muertes han provocado una tristeza enorme a toda la familia, no obstante don Manuel es un hombre con un gran espíritu y se supera a sí mismo día a día.
Lo que más le gusta de Ubrique es su gente. Aquí ha tenido y tiene compañeros y amigos entrañables, mucha gente que lo quiere y que lo admira. Siempre ha sido un hombre tranquilo, elegante y sosegado (nos ha confesado que le gusta vestir siempre de traje, y es así como lo hemos conocido en todas las ocasiones), y también es una persona generosa y laboriosa. Lo hemos visto en algunas ocasiones explicando a mayores y pequeños, con una paciencia infinita, cómo diseña, elabora y termina cientos de objetos relizados con tiras de papel que él mismo recorta.
A todos nos impresiona verlo "tejer" las tiras de papel con una destreza que ya quisiéramos, y él ríe y explica qu eno necesita ver para trabajar, el trabajo lo hace con las manos.
Porque don Manuel, ahora que ya no trabaja para la ONCE (aunque colabora constantemente con las actividades que organiza, por ejemplo, ha participado en una exposición en Jerez durante la Semana Cultural de la Delegación "Mira cómo veo" -en este enlace- ) continúa con un ritmo increíble.
Se ocupa de su pequeño huerto en su azotea, hace constantemente lámparas, cofres, cajitas, estanterías, marcos y todo tipo de objetos con papel. Los diseña, elabora, pinta y les da el acabado necesario.
Su piano sigue ocupando un lugar de honor en su espacio, y sus ordenadores conectados a internet lo mantienen al día y le permite mantener su increíble página web (en este enlace) y su contacto con todas sus amistades.
Nos encanta leer su felicitaciones o sus comentarios en las redes sociales, siempre tan educado, tan atento, tan jovial.
Una de las cosas de don Manuel que más nos gusta, además de su educación exquisita, es su alegría. En estas horas de charla lo hemos visto sonreir en muchas ocasiones, y también reír a carcajadas con su querido David.
Siempre nos había asombrado, pero hoy estamos realmente impresionados. Hemos tenido la ocasión de compartir un buen rato de charla, suspiros y gañotes con dos de los ubriqueños más singulares y peculiares que conocemos, dos magníficos representantes de "Ubrique, como yo lo siento", dos personas que destilan bondad, simpatía, voluntad, buen hacer, arte y, sobre todo, humildad.
Nos sentimos verdaderamente privilegiados y no podemos dejar de agradecerles a ambos, a David y a Manuel, no solo todos sus detalles, sino que nos hayan permitido asomarnos un poquito a ese día a día tan especial y nos hayan dado tanta alegría.
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2 comentarios:
Espléndida semblanza. Gracias Esperanza. Qué detalle tan generoso. Gracias por querer a mi padre y demostrarlo de tan hermosa forma. Gracias por recordar a mi madre y a mi niña Rosi. Besos fuertes.
precioso hoy he sabido cosas de don Manuel que no sabía y es grato saber todo de su infancia hasta el día de hoy gracias a este artículo.
enhorabuena y gracias.
la gente que lo queremos tanto se lo va agradecer esperanza
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