martes, 29 de julio de 2025

A mi amigo Manolo, por José Manuel Muriel

 


 

 

A MI AMIGO MANOLO

(Manuel María Cabello Izquierdo…. Maestro, bajo y fontanero)

 

 A mi amigo Manolo le dio por nacer un cuatro de septiembre

porque él nació, como las estrellas, cuando quiso,

su primer llanto lo entonó en tesitura de bajo, como siempre,

y creció cantando sonatas de Bach por la calle San Pedro, sin permiso.

 

Subido a una corchea pasó su juventud insumiso,

rebelde ante los hábitos bendecidos pero defensor de los creyentes,

justo con la justicia y comprometido con el compromiso,

sublevado con la mentira y con la verdad obediente.

 

Estudió para maestro aunque ya lo era desde niño,

maestro y fontanero, paradoja de lo inteligente,

tiza blanca, libros, cuadernos de agua y cariño

enseñando en la pizarra de bondad un mundo diferente.

 

Te encontré cantando amigo Manolo entre tanta gente,

tu garganta alumbró el camino con una voz profunda y bella

me acerqué a ti atraído como tímido satélite

y me dejaste orbitar alrededor de ti ... mi estrella.

 

José Manuel Muriel Jiménez (19/06/2023)

 

sábado, 26 de julio de 2025

Mi hermano Manolo, por Francisco Cabello

 

 

Francisco, Manolo y Esperanza, los "mayores"

 

 

En los últimos días no hemos parado de recibir mensajes, correos y llamadas de amigos y familiares que van conociendo la  triste noticia de la muerte de Manolo. Desde sus amigos de la primera infancia hasta los conocidos del pueblo de los últimos años, y tenemos la satisfacción y el orgullo de saber que, para todos, Manolo es un ser especial, un verdadero trébol de cuatro hojas que se ha cruzado en nuestros caminos.

También hemos escrito, en familia, una pequeña biografía, para recordar entre todos momentos y circunstancias que podrían quedar en el olvido, desde que se pudo el dorsal 0,5 en  su equipo de baloncesto hasta que escribió unas preciosas letras para los grupos de carnaval en los que participó, en el 86, 87 y 88.

Pero de todas estas historias, hay una que nos ha emocionado especialmente, los recuerdos de su hermano mayor, de Francisco, apenas año y medio mayor que él, con quien compartió infinitos momentos hasta que terminaron en la universidad.

Y nos ha gustado, sobre todo, porque esa es la infancia que recordamos, la infancia de los niños de pueblo sanos y felices, que recorrían con sus juegos kilómetros alrededor de las casas, explorando la naturaleza, mirando con curiosidad la naturaleza, jugando, bañándose, haciendo deporte, pescando y enfrentándose a nuevos retos.

 


 RECUERDOS FUGACES DE MI HERMANO MANOLITO

 

El primer equipo en el que jugamos fue en los Vascos, de azul y blanco, con gente del Algarrobal, entre ellos Currín y hermanos. Jugábamos en el antiguo Moriero de los Burros, al lado de la Cerca, actual plaza de las Palmeras, el vestuario estaba en el bar la Herradura.

Luego jugamos en el Amistad, muchos años y, creo que después, en el San Sebastián, pero ahí, Manolo, jugó poco, ya en el Antonio Barbadillo.

Con los Vascos entrenábamos en el Aljibe, en la Era o en la cañada que sale desde el Ramón Crossa a la fuente de San Francisco y en la Vega. La sede del Amistad estaba en la calle sin salida enfrente de lo de Cuéllar.

Cuando volvíamos del Barbadillo nos bañábamos en los pilares de los 20 Pilares y nos tomábamos una casera en el Porvenir o en lo de Cabrera y luego, más tarde, en lo de Ardila, el amigo de papá, que abrió una venta en la fuente de San Francisco.

Esos eran los años 60 y mediados de los 70.

Luego íbamos a dar paseos y Manolo, casi siempre, llevaba la guitarra, venían, entre otros, Antonio y Pepe García, Bartolo Canto y Pepe Corrales. Íbamos a bañarnos a todos los ríos de la zona.

Me acuerdo que una vez fuimos a los Gaviones y de ahí a la casa de Barría, donde estaban aún Mateo y Piñero, cuando nos veníamos la canción que cantamos fue la sevillana "Algo se muere en el alma cuando un amigo se va". Poco después murió Mateo, de un infarto, a los 54 años.

Me acompañó muchas veces, cuando éramos chicos, a mis cacerías de perchas, liga, red y a pescar. Poco a poco se fue transformando y su visión de la naturaleza era diferente, se hizo vegano.

Nos íbamos los fines de semana, después de Barría, a pasarlos en el Amarguillo, en lo de los Canto o en lo de Margallo, los tíos de Antonio y Pepe García en el Cerro Mulera.

También subíamos a la sierra y a las cuevas y a Ocurri por la Cruz del Benalfí. Fuimos muchas veces a la Cruz del Tajo.

Recuerdo los días con los Vilches en el Rancho Aragón, en la piscina y jugando al tenis en la era, éramos como hermanos. También los veranos en Barría, el baño en los Gaviones e ir a Pompa a jugar con los niños que allí había.

Los días de la Cerca, los baños en la alberca, el huerto, el nogal y los amascos del árbol que había cerca de la cancela

Las tardes infinitas jugando al escondite arriba de casa de los abuelos, entre las pieles, en la bodega, en la parte de arriba de la casa.

Los veranos en Cádiz, en Santa Genoveva, donde le picó una avispa en los bajos y, a pesar del dolor, dijo, ahora sí que lo tengo grande y colorado. Los juegos en la playa con tito Pepe Luis, que hacía un barco de arena, nos metía dentro y nos tiraba bolas de arena. También nos ponía a todos comiendo sandía en el patio y le encantaba ver cómo nos poníamos pringados.

 


Jugábamos al fútbol en la calle Perdón, pasaban muy pocos coches, más bien pasaban los burros, como el de Juan el panadero.

Con once o doce años, un viernes, dijimos que nos íbamos a un campo con otros amigos y subimos a la sierra de Ubrique y llegamos cerca de Cortes, salimos por la Cañada de los Gamonales el domingo. Íbamos varios, de los del Algarrobal y Caldereto.

Lo recuerdo sentado en la puerta de la casa de la calle Matadero, con su guitarra, a los inicios, a sacar acordes de oído y a componer canciones. Con ese pelo escardado y esos ojos azules admirado por todas las muchachitas.

Cuando llegaba tarde por las noches, mamá dejaba la ventana del despacho abierta, y él trepaba por la fachada, mamá le decía que tuviera cuidado.


 

 

Nos fuimos a estudiar a Ronda, estábamos en el Coro de las Delicias y fuimos a conciertos a algunos pueblos, incluso vinimos a cantar en la iglesia de Ubrique. Alguna vez nos vinimos andando desde Ronda, para ahorrar.

Después nos fuimos a Cádiz

Y Manolo se libró de la mili. Se casó pronto y cambió de amigos y de aficiones y ya coincidimos poco.

Se compró el campo en el Redondel y le dedicó tiempo, cuerpo y alma, como trataba todo lo que para él era lo mejor.

Por encima de todo, Manolo ha sido maestro toda su vida, maestro de verdad, de los que no solo enseñan materias, sino de los que te hacer ver la vida de una forma mejor y te dan herramientas para vivir.

Era muy tranquilo, no se alteraba. Y muy cabezón, como se le metiera algo en la cabeza lo conseguía, era constante y perseverante, a su manera.

Nunca olvidaré las últimas palabras que me dijo, dos días antes de morir.

" Tú has sido el primero en nacer y en todo, pero yo voy a hacer una cosa antes que tú, irme de aquí. Y diles a todos que hagan el favor de respetar mi decisión, que voy a morirme tranquilo. A ti, que eres el mayor te van a hacer caso."

"Y en el cementerio, a la gente que veas llorando le dices que sonría, que yo me fui con una sonrisa a pesar de los dolores."

 


 

jueves, 17 de julio de 2025

Manolo Cabello en mi memoria, por Pedro Galiana

 


 

 

MANOLO CABELLO EN MI MEMORIA 
 
La última vez que vi a mi amigo Manolo Cabello fue en el cruce de la calle Pasadilla con Azorín. Yo venía de la farmacia de la Avda. de España y, como siempre, me paré a mirar bien arriba nuestra imponente Sierra. Manolo me vio y paró su moto. Entre sus pies llevaba una maceta con un arbolillo endeble y joven, creo un nogal o un quejigo, que a duras penas se mantenía tieso en el tiesto. Le pregunté que adonde iba y me dijo que a plantar el arbolillo a la Sierra que falta hacía. Como siempre, sonriente y amable, cariñoso y cercano me preguntó cómo estaba y qué hacía por allí. Lo miré y le dije que mirando al Calvario y que no sabía qué tenía esta tierra, nuestra Sierra, que tanto me ataba y que aun sin nacer en Ubrique ni vivir en el pueblo siento algo nuevo cada día cuando asomo por las revuelta de las Pitas. 
Manolo sonrió y poniéndome la mano en el hombro me dijo : “Amigo un ubriqueño nace donde le da la gana… y tú lo hiciste fuera de aquí …”
Me emocionó; le di un abrazo, lo miré agradecido y allá se fue a plantar el arbolillo…
Manolo nos acercó todo ese patrimonio natural que, a veces, valoramos poco, que es nuestra Sierra. Día a día nos traía un relato pormenorizado de los sitios más anónimos que no lo encontraréis ni en mapas ni en planos, pero sí estaban en el corazón y en el recuerdo de mi amigo. 
 Con nosotros compartía su manera de interpretar la Naturaleza y nos regalaba su cosmovisión de la Vida esa que era Ubrique y su Sierra. Era su mundo y su propósito de vida defenderla mostrándonosla y concienciándonos del tesoro que teníamos y que no cuidábamos.
Hemos de agradecerle el legado que nos ha dejado al compartir no solo la forma que tenía de amar la Naturaleza sino el respeto inmenso que le tenía a todo lo que le rodeaba.
Pero también, como médico, Manolo me enseñó el valor de llevar con dignidad una larga y dura enfermedad… Nunca le escuché un reproche, nunca una mala cara ni en los momentos más duros que Reme me contaba.
¡Impresionante y ejemplificante!
Cuando le preguntaba por su salud minimizaba su enfermedad, le restaba importancia, confiaba en los médicos, en los tratamientos … todo con una sonrisa … estoy seguro para no entristecer ni preocupar a nadie aun siendo conocedor de su enfermedad.
Una cosa más para recordarlo y tenerlo en mi corazón.
Me dicen que se despidió rodeado de todos, de Reme, de sus hijos y hermanos … y que se fue cumpliendo hasta su última hora con el deber de colgar en su página las noticias de su Sierra. Así es como uno se debe despedir de este mundo de la mano del amor y la compañía de quienes quieres y te quieren…y con la tranquilidad, estoy seguro, de saber el lugar donde deseas que ronde tu alma por toda la eternidad. 
Manolo seguro que eligió merodear entre las rocas y los arroyuelos de su Sierra y allí seguirá poniéndoles nombres a cada sitio, cada piedra, cada camino o cada hilillo de agua. Ese era su Paraíso aquí en la tierra y ahora es su Cielo. Ahí creo que está regalando sonrisas. Ahí y en el corazón de todos, al menos en el mío, y qué fácil será recordarlo solo con levantar a diario la mirada a lo alto de la peña …
En el funeral de otro amigo que se fue, Antonio Mateos, el coro al que pertenecía Antonio y Manolo cantó durante su despedida y al final de las exequias Manolo alzo la voz y se despidió con un “… hasta luego amigo…” Lo decía de corazón y…. así era Manolo.
Uno quiere y se siente de un pueblo y de sus gentes cuando, no solo se alegra de lo bueno que pase a ese pueblo y a sus gentes sino también cuando sientes a sus muertos como tuyos y así cada vez más lo siento en mi corazón.
Mis dos amigos y Reme y María Jesús sus esposas , cantando juntos en el coro... se anuda la garganta y el alma.

 

 

Pedro Galiana Jiménez durante el homenaje del Día del Petaquero. 

Fotografía de Radio Ubrique (en este enlace).