miércoles, 12 de agosto de 2015

La sierra y Ubrique, por Bartolomé Pérez Sánchez de Medina

La Plaza de Ubrique
Fotografía de Leandro Cabello


Por Esperanza Cabello

Hoy traemos un artículo que nuestro amigo don Bartolomé Pérez Sánchez de Medina escribió en 1972. Se trataba de una miscelánea en torno a Ubrique, describiendo el paisaje de la sierra y del pueblo. Es una descripción poética y emotiva que nos recuerda que en cada rincón de Ubrique puede surgir una catarata de arte y cultura.




Miscelánea en torno a Ubrique

LA SIERRA Y UBRIQUE


Para el viajero despreocupado y solitario que deambula en su vehículo por las serpenteantes y estrechas carreteras de la Sierra de Cádiz, bajando profundos valles y ganando cimas con lentitud desesperada, es una gran sorpresa encontrar un paisaje virgen y salvaje, lleno de desenfadado encanto y alejado de artificialidad. Riscos grises y viejos, con arrugas de siglos y de mitos populares, comienzan a emerger de la tierra, y a medida que se avanza hacia el corazón de esta comarca surgen en tan gran número que llega a convertirse todo en un fértil y salvaje paraíso peñascal. Algunos islotes de tierra negra anclados entre las rocas sirven de sementera.

El campesino de esta zona, moreno de sol y de piel rugosa como las sierras que le rodean, se mueve solitario, mudo como un fantasma viviente testigo de varios siglos. De trecho en trecho, en estos caminos, se deja atrás alguno que otro de estos rústicos, montando en pollino o mula macilenta y triste, cansado, sudoroso y cabeceando al compás de su cabalgadura.

En las mismas entrañas del calizo paisaje, entre Grazalema y Ubrique, a lo largo de la Manga de Villaluenga –llamada en invierno por más de un hijo de estas tierras “La Siberia Gaditana”- se contemplan con ternura varias majadas en lo profundo del valle, como nubecillas de algodón diseminadas en un verde fresco y salpicado de flores silvestres. La meca de estos rebaños es Villaluenga. Está colgada en la sierra. Se dice de esta villa que tiene la plaza de toros más grande del mundo, en expectación, pues la misma vertiente inclinada donde se apoya sirve de graderío para presenciar las lidias en su feria.

Pero quizás lo más conmovedor en estos picos es el encuentro con Ubrique en “Las Cumbres”. Al alcance de las manos están las sierras; se avanza lentamente. Parece que con cierto celo y mimo se abren poco a poco las vertientes montañosas para mostrar un retoño de blancura en el valle. Se baja despacio. No podría pensarse que tan escondida estuviera tanta belleza de luz, de transparencia, de rumor alegre, de vida, de ajetreo artesano…

Ya en el pueblo, una calle empinada y limpia conduce a la plaza. Plaza soleada. Naranjos frescos, de penachos redondos y recogidos, miran la fuentecita del centro, sencilla y de rumor corto, sin estridencias, que vela la monotonía secular de los otros cuatro caños en paramento barroco, pero sencillos y humildes como los labios que se acercan a tomar su frescor.

El reloj de la torre de la ermita de San Antonio avisa del tiempo. Es este reloj, de pesas viejas, empolvadas y oscuras, el único indicio de tiempo en la plaza de Ubrique.

Al lado de la fuente barroca de los cuatro caños resalta por su blancura y sus líneas neoclásicas, sin pretensiones de orgullo, el Ayuntamiento, con un estilóbato semicircular y brillante de lustre.

Al frente, en el otro extremo de la plaza, el muro liso de la iglesia, blanco de nieve, con la gran puerta de las solemnidades.

El templo está bajo la advocación de Nuestra Señora de la O, cuya imagen es una preciosa talla de Gregorio Fernández.

En los bancos verdes que alternan con los naranjos descansan algunos ancianitos. Mudos, temblones y quietos, parecen otear trozos aislados del pasado que quizás encajaron en este bello marco de agua fresca y azahar.





LA PISCINA DE LA SIERRA

Hace ya varios años el Ayuntamiento de Ubrique adquirió unos terrenos para la construcción de una piscina. El día 15 de julio del año en curso ha sido inaugurada por el gobernador civil de la provincia.

Está situada entre dos colinas, mirando la sierra y bordeada de suave césped manchado por algunas sombras de pequeños llorones y un gran algarrobo. En cada colina hay un mirador, donde se dominan el pueblo, el campo y las sierras.

Bar y restaurante sirven de complemento del disfrute del visitante curioso y el bañista.

El espléndido sol meridional aviva un verdadero arco iris quebrando y diseminado, cristalizando en un pedacito de edén este simpático rincón serrano.


EL TURISMO Y LAS PETACAS

Ha bastantes años que Ubrique vende sus artículos de piel al extranjero. Cada año ha ido en aumento el volumen de su exportación. Igualmente ocurre en el mercado interior, que cada año se supera la cifra de ventas establecida el anterior.

Pero hoy día, el pueblo de las petacas, de las petaquerías y de los petaqueros recibe en su seno, en su propia esencia artesana, visitas de clientes nacionales y extranjeros para realizar sus pedidos “in situ” de la fabricación.

Este hecho no solamente contribuye a llevar a todos los rincones de nuestra geografía y a buena parte del extranjero el prestigio del “Legítimo Ubrique”, sino que hace que el cliente predique las excelencias de este laborioso pueblo perdido en la sierra.


Bartolomé Pérez Sánchez de Medina.


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