Por Esperanza Cabello
Hace casi cincuenta años un joven de ascendencia ubriqueña, Ángel Bohórquez Jiménez, escribió un artículo sobre Ubrique que más tarde fue publicado en el diario ABC.
Ángel era, al igual que sus hermanos, un habitual de Ubrique en los veranos de su infancia. Venían a visitar a sus tíos abuelos Serafín y Beatriz, que vivían en la calle del Perdón, y recorrían todos los rincones de aquel pueblo tranquilo y acogedor. Su padre era un enamorado de nuestro pueblo y contaba a sus hijos todas las historias que había oído de boca de sus abuelos.
Al publicar su artículo: "Tan solo Ubrique", Ángel utilizó un seudónimo, "Bebio Dencio", el nombre del primer "ubriqueño conocido", hemos tenido la doble suerte de que nuestro amigo Juan Ramírez conocía el nombre auténtico del autor y que se trata del hermano de nuestro amigo Antonio Bohórquez, que nos ha puesto en contacto con Ángel dándonos la autorización pertinente para publicar su artículo, que transcribimos a continuación. Muchas gracias a todos,
Hemeroteca ABC 25 de agosto de 1972
ABC VIERNES 25 DE AGOSTO DE 1972.
EDICIÓN DE ANDALUCÍA.
“Tan solo Ubrique”
Por Ángel Bohórquez Jiménez
Son las cinco
de la mañana de un lunes de un año cualquiera. El despertador suena,
perezosamente me levanto y comienzo a vestirme. Termino de hacer la maleta y
pausadamente desciendo por la calle Perdón hacia Los Callejones para tomar el
autobús que me traerá a Sevilla. Mientras, maquinalmente, voy descendiendo y
voy mirando las piedras de las calles que me van recordando las veces que sobre
ellas he pasado y los recuerdos de días en que ellas fueron mudos testigos de
mis correrías. Me cruzo con una persona que me da los buenos días, y su
temprano saludo me hace levantar la vista y abandonar el sueño que comenzaba.
Al ver a ese
Ubrique silencioso y casi despierto empecé a imaginarlo cuando apenas empezaba
a esbozar lo que hoy es. Lo vi tan blanco como ahora y reclinado en el regazo
de su madre, la Sierra, y cuidado en su sueño por esas tres amorosas amas de
las cruces que coronan los picos que lo circundan. Lo imaginé cuando no llegaba
más allá del río y cuando la Casita Sola era lo último de él en el camino de
Cortes. Imaginé a sus gentes trabajando en familia, en lo que ellos mejor saben
hacer, la marroquinería, y ganándose a pulso y en silencio el prestigio de que
hoy gozan.
De nuevo
alguien vuelve a darme los buenos días y vuelvo a despertar y, sin saber cómo
me encuentro en el autobús. Arranca y me quedo mirando a Ubrique hasta que en Las
Cumbres le digo adiós, hasta luego, y ya solo me queda mi imaginación. Como el
camino es largo me quedo dormido y ante mi va pasando como una película la
parte de mi vida que está ligada a él.
Empecé
recordando a mi abuelo, que fue él el primero que me habló de Ubrique con todo
el amor y devoción que sentía por su pueblo y que poco a poco fue calando en mí.
Por él fue por quien antes de que tuviera conocimiento tomé contacto con esa
tierra. Un bache, me desvelo y cuando vuelvo a dormirme me doy cuenta que mis
recuerdos también han saltado y me veo navegando por los primeros recuerdos
propios, rodeado de mi familia y de un amigo: Luis Femando. Él fue mi primer
gran amigo y la segunda persona que me hizo conocer y querer a esa tierra.
Fuimos
creciendo y a la par descubriendo en nuestros juegos calles, plazas, sitios y
lugares en los que jugar y dar rienda suelta a nuestras inagotables energías de
niños. Nuestro sitio preferido era la huerta de mi familia, de la que apenas
salíamos y de la que éramos el terror. Después se fueron uniendo Gonzalo, Álvaro
y algunos otros y también se amplió nuestro campo de acción y entonces empecé a
conocer la sierra, a escudriñar sus cuevas y a canchear por ella. Recorríamos
todos los lugares desde el Salto de la Mora hasta la cueva del Acebuchal, desde
la Cruz del Tajo hasta el Parapeto. Nos gustaba visitar la cueva del Chiriguai
y escucharle “Los siete perritos” acompañado de su acordeón, nos encantaba
bajar a la cueva del Tío Pepito y trepar hasta lo alto del Caldereto para luego
bajar corriendo por los caminos hasta el Algarrobal, como locos suicidas por
aquellos estrechos senderos.
También recordé las batallas campales a
pedradas con los de Benaocaz en la Cabeza del Toro y las riñas de mi madre cuando
volvía, de la arenita de la ladera del Benalfí, con los pantalones rotos y
algún que otro chichón. Recordé con íntima satisfacción lo a gusto que me
encontraba con todos ellos cuando jugábamos al marro en la plaza o a los toros
en la puerta de la plaza de abastos, sirviéndonos el Callejón del Pescado como
toriles, o el enfado con que aceptaba salir por las tardes todo limpito con la
niñera a pasear por Los Callejones, que por entonces eran huertas lo que los
rodeaban. El chalet del médico Reguera se erigía sólo entre el verde de las
lechugas y del maíz.
Por entonces no
me importaba a mí nada que hubiesen existido los Rivero, Vallejo, León, Santamaría
y otros, que hicieron del arte de la marroquinería el vehículo para la
expansión del pueblo y el motivo de su legítima fama; para mí Ubrique era
libertad sin límites y el lugar con que soñaba durante todo el año.
Fui creciendo y con ello vino mi alejamiento
de esa tierra, pues ya los veranos no eran, para mí, tiempo de jugar, sino de
recuperar lo que durante el curso había perdido y sólo me quedaba el fugaz
contacto del día de la Virgen, día en el que nunca he faltado, y cuando llegaba
corría a reunirme con los amigos y recorrer las calles en la procesión con el
aire de suficiencia de todos aquellos que por bigote tienen una pelusilla y aún
llevan pantalones cortos. Para mí aquellos contactos eran lo mejor que me
ocurría en el año, pues me apartaban de la cotidiana obsesión de los libros.
Con el tiempo volví a encontrarme con gentes de Ubrique en el colegio, y el ser
precisamente de allí me hizo congeniar con ellos y gracias a uno de éstos volví
a encontrarme con Ubrique, y desde entonces me siento muy ligado a él por lazos
muy distintos a los de antes, pero que no quitan para que siga queriéndolo y
admirándolo cada vez más a pesar que el de ahora no es el mismo de antes,
aunque sigue conservando sus características esenciales de siempre.
En este preciso
momento siento una mano que me sacude y al abrir los ojos veo que el viaje ha
terminado y tengo que volver a la realidad del presente, aunque me hubiese
gustado seguir con el sueño del pasado. Efectivamente, el Ubrique que yo conocí
ha crecido y cambiado mucho, más que lo ha hecho mi persona y ahora me asombro
ante el Ubrique que mis ojos contemplan. El Ubrique de hoy sigue siendo
marroquinero, porque ese es su destino y su grandeza. Cómo iban a imaginar
aquellos que introdujeron este arte en esa tierra, que con el transcurso de los
años sus descendientes, sin dejar de lado el arte, hayan montado una industria
que lleva el nombre de la tierra que los cubre por los cinco continentes. Sí,
porque tanto el poderoso dólar como gran cantidad de joyas reposan en el seno
de una billetera o de un hermoso joyero de Ubrique. Porque tanto en Londres,
como en Johannesburgo y Tokio, los documentos descansan en portafolios
ubriqueños. Porque, tanto los hijos del tío Sam, como los beduinos enriquecidos
por el petróleo, tanto el rubio nórdico como el moreno africano, guardan su
tabaco en un producto de esa tierra.
Pero no sólo los
introductores de este arte, sino los ya mencionados Rivero, Vallejo, etc. se
asombrarían de hasta dónde ha llegado lo que ellos sembraron y éstos
promocionaron. Porque esta expansión no es debida al azar ni a la ayuda por
parte de nadie, sino al tesón y al espíritu inquieto de los que ayer, hoy y
mañana fueron, son y serán marineros en esa nave que es Ubrique. Un espíritu
emprendedor y aventurero que ha llevado a tener una cruz grabada con un nombre
ubriqueño allá en el lejano Dien Bien Phu[1], a un jerarca
de la Iglesia hispanoamericana nacido a la sombra del San Antonio o a que se
celebrase una boda en Reikiavik en la que sonaron nombres ubriqueños.
Y bajando a
escala nacional podría asegurarse que pocas ciudades españolas no tienen en
estos momentos a un hombre cargado de maletas llenando los comercios con
productos de su tierra, la fruta del árbol de su trabajo. Al llegar a este
punto me pongo a divagar sobre el cartelillo que llevan muchos coches
ubriqueños pegado en su parte trasera, y que dice: “Ubrique: pueblo blanco,
serrano y turístico. Cuna del artículo de piel”. Pues bien, me tendrán que
perdonar que no esté de acuerdo con él. No estoy de acuerdo, porque no se puede
estar acorde con algo que no corresponde a una realidad, palpable y comprobada.
Me refiero a lo de turístico ya que ni por asomo lo es. Turístico presupone
poseer unas características que atraigan, y precisamente el trabajo y la
laboriosidad no son cosas que atraigan al ser humano, que lo que busca es el
ocio y el descanso y Ubrique es, ante todo, trabajo. Además, si ser turístico
significa el recibir a unas cuantas personas de vez en cuando, cualquier aldea,
por pequeña que sea lo es con mayor
motivo que Ubrique. Ubrique es turista y no turístico, porque es él el que sale
y no el que recibe, y también me parece inexacto el apropiarse de la paternidad
de la manufacturación de la piel, pues es bastante problemático el saber donde empezó
a trabajarse la piel. Yo diría que Ubrique, más que creador del artículo de
piel es el que lo ha impulsado a ocupar el rango que posee. Y yo me preguntó:
¿Quién tiene mayor mérito, el primer hombre al que se le ocurrió moldear sobre
el barro o un Miguel Ángel o Leonardo, que elevaron la escultura a la más
sublime expresión del genio? Sinceramente, para mí los segundos y Ubrique es el
“Miguel Ángel” del trabajo de la piel.
Por eso yo propondría que el referido
cartelito solo llevara inscrito: “Ubrique”, porque no necesita adjetivaciones aquello que
de por sí expresa toda la grandeza que humanamente se puede conseguir.
Con respecto a lo
de blanco y serrano no lo puedo discutir, pero es innecesario, puesto que el
solo nombre de Ubrique evoca el blanco de su limpia trayectoria y el olor a
retama y lentisco de su tierra.
Así, por siempre
y para siempre para mí Ubrique es tan solo Ubrique.
BEBIO DENCIO “TAN
SOLO UBRIQUE”
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