miércoles, 5 de agosto de 2020

Tan solo Ubrique, por Ángel Bohórquez Jiménez



Por Esperanza Cabello
 
Hace casi cincuenta años un joven de ascendencia ubriqueña, Ángel Bohórquez Jiménez, escribió un artículo sobre Ubrique que más tarde fue publicado en el diario ABC.
Ángel era, al igual que sus hermanos, un habitual de Ubrique en los veranos de su infancia. Venían a visitar a sus tíos abuelos Serafín y Beatriz, que vivían en la calle del Perdón, y recorrían todos los rincones de aquel pueblo tranquilo y acogedor. Su padre era un enamorado de nuestro pueblo y contaba a sus hijos todas las historias que había oído de boca de sus abuelos.
Al publicar su artículo: "Tan solo Ubrique", Ángel utilizó un seudónimo, "Bebio Dencio", el nombre del primer "ubriqueño conocido", hemos tenido la doble suerte de que nuestro amigo Juan Ramírez conocía el nombre auténtico del autor y que se trata  del hermano de nuestro amigo Antonio Bohórquez, que nos ha puesto en contacto con Ángel dándonos la autorización pertinente para publicar su artículo, que transcribimos a continuación. Muchas gracias a todos,

Hemeroteca ABC 25 de agosto de 1972
ABC VIERNES 25 DE AGOSTO DE 1972. 
EDICIÓN DE ANDALUCÍA. 


“Tan solo Ubrique”

Por Ángel Bohórquez Jiménez

Son las cinco de la mañana de un lunes de un año cualquiera. El despertador suena, perezosamente me levanto y comienzo a vestirme. Termino de hacer la maleta y pausadamente desciendo por la calle Perdón hacia Los Callejones para tomar el autobús que me traerá a Sevilla. Mientras, maquinalmente, voy descendiendo y voy mirando las piedras de las calles que me van recordando las veces que sobre ellas he pasado y los recuerdos de días en que ellas fueron mudos testigos de mis correrías. Me cruzo con una persona que me da los buenos días, y su temprano saludo me hace levantar la vista y abandonar el sueño que comenzaba.

Al ver a ese Ubrique silencioso y casi despierto empecé a imaginarlo cuando apenas empezaba a esbozar lo que hoy es. Lo vi tan blanco como ahora y reclinado en el regazo de su madre, la Sierra, y cuidado en su sueño por esas tres amorosas amas de las cruces que coronan los picos que lo circundan. Lo imaginé cuando no llegaba más allá del río y cuando la Casita Sola era lo último de él en el camino de Cortes. Imaginé a sus gentes trabajando en familia, en lo que ellos mejor saben hacer, la marroquinería, y ganándose a pulso y en silencio el prestigio de que hoy gozan. 



De nuevo alguien vuelve a darme los buenos días y vuelvo a despertar y, sin saber cómo me encuentro en el autobús. Arranca y me quedo mirando a Ubrique hasta que en Las Cumbres le digo adiós, hasta luego, y ya solo me queda mi imaginación. Como el camino es largo me quedo dormido y ante mi va pasando como una película la parte de mi vida que está ligada a él.

Empecé recordando a mi abuelo, que fue él el primero que me habló de Ubrique con todo el amor y devoción que sentía por su pueblo y que poco a poco fue calando en mí. Por él fue por quien antes de que tuviera conocimiento tomé contacto con esa tierra. Un bache, me desvelo y cuando vuelvo a dormirme me doy cuenta que mis recuerdos también han saltado y me veo navegando por los primeros recuerdos propios, rodeado de mi familia y de un amigo: Luis Femando. Él fue mi primer gran amigo y la segunda persona que me hizo conocer y querer a esa tierra.

Fuimos creciendo y a la par descubriendo en nuestros juegos calles, plazas, sitios y lugares en los que jugar y dar rienda suelta a nuestras inagotables energías de niños. Nuestro sitio preferido era la huerta de mi familia, de la que apenas salíamos y de la que éramos el terror. Después se fueron uniendo Gonzalo, Álvaro y algunos otros y también se amplió nuestro campo de acción y entonces empecé a conocer la sierra, a escudriñar sus cuevas y a canchear por ella. Recorríamos todos los lugares desde el Salto de la Mora hasta la cueva del Acebuchal, desde la Cruz del Tajo hasta el Parapeto. Nos gustaba visitar la cueva del Chiriguai y escucharle “Los siete perritos” acompañado de su acordeón, nos encantaba bajar a la cueva del Tío Pepito y trepar hasta lo alto del Caldereto para luego bajar corriendo por los caminos hasta el Algarrobal, como locos suicidas por aquellos estrechos senderos.

 También recordé las batallas campales a pedradas con los de Benaocaz en la Cabeza del Toro y las riñas de mi madre cuando volvía, de la arenita de la ladera del Benalfí, con los pantalones rotos y algún que otro chichón. Recordé con íntima satisfacción lo a gusto que me encontraba con todos ellos cuando jugábamos al marro en la plaza o a los toros en la puerta de la plaza de abastos, sirviéndonos el Callejón del Pescado como toriles, o el enfado con que aceptaba salir por las tardes todo limpito con la niñera a pasear por Los Callejones, que por entonces eran huertas lo que los rodeaban. El chalet del médico Reguera se erigía sólo entre el verde de las lechugas y del maíz.

Por entonces no me importaba a mí nada que hubiesen existido los Rivero, Vallejo, León, Santamaría y otros, que hicieron del arte de la marroquinería el vehículo para la expansión del pueblo y el motivo de su legítima fama; para mí Ubrique era libertad sin límites y el lugar con que soñaba durante todo el año.

 Fui creciendo y con ello vino mi alejamiento de esa tierra, pues ya los veranos no eran, para mí, tiempo de jugar, sino de recuperar lo que durante el curso había perdido y sólo me quedaba el fugaz contacto del día de la Virgen, día en el que nunca he faltado, y cuando llegaba corría a reunirme con los amigos y recorrer las calles en la procesión con el aire de suficiencia de todos aquellos que por bigote tienen una pelusilla y aún llevan pantalones cortos. Para mí aquellos contactos eran lo mejor que me ocurría en el año, pues me apartaban de la cotidiana obsesión de los libros. Con el tiempo volví a encontrarme con gentes de Ubrique en el colegio, y el ser precisamente de allí me hizo congeniar con ellos y gracias a uno de éstos volví a encontrarme con Ubrique, y desde entonces me siento muy ligado a él por lazos muy distintos a los de antes, pero que no quitan para que siga queriéndolo y admirándolo cada vez más a pesar que el de ahora no es el mismo de antes, aunque sigue conservando sus características esenciales de siempre.

En este preciso momento siento una mano que me sacude y al abrir los ojos veo que el viaje ha terminado y tengo que volver a la realidad del presente, aunque me hubiese gustado seguir con el sueño del pasado. Efectivamente, el Ubrique que yo conocí ha crecido y cambiado mucho, más que lo ha hecho mi persona y ahora me asombro ante el Ubrique que mis ojos contemplan. El Ubrique de hoy sigue siendo marroquinero, porque ese es su destino y su grandeza. Cómo iban a imaginar aquellos que introdujeron este arte en esa tierra, que con el transcurso de los años sus descendientes, sin dejar de lado el arte, hayan montado una industria que lleva el nombre de la tierra que los cubre por los cinco continentes. Sí, porque tanto el poderoso dólar como gran cantidad de joyas reposan en el seno de una billetera o de un hermoso joyero de Ubrique. Porque tanto en Londres, como en Johannesburgo y Tokio, los documentos descansan en portafolios ubriqueños. Porque, tanto los hijos del tío Sam, como los beduinos enriquecidos por el petróleo, tanto el rubio nórdico como el moreno africano, guardan su tabaco en un producto de esa tierra.

Pero no sólo los introductores de este arte, sino los ya mencionados Rivero, Vallejo, etc. se asombrarían de hasta dónde ha llegado lo que ellos sembraron y éstos promocionaron. Porque esta expansión no es debida al azar ni a la ayuda por parte de nadie, sino al tesón y al espíritu inquieto de los que ayer, hoy y mañana fueron, son y serán marineros en esa nave que es Ubrique. Un espíritu emprendedor y aventurero que ha llevado a tener una cruz grabada con un nombre ubriqueño allá en el lejano Dien Bien Phu[1], a un jerarca de la Iglesia hispanoamericana nacido a la sombra del San Antonio o a que se celebrase una boda en Reikiavik en la que sonaron nombres ubriqueños. 



Y bajando a escala nacional podría asegurarse que pocas ciudades españolas no tienen en estos momentos a un hombre cargado de maletas llenando los comercios con productos de su tierra, la fruta del árbol de su trabajo. Al llegar a este punto me pongo a divagar sobre el cartelillo que llevan muchos coches ubriqueños pegado en su parte trasera, y que dice: “Ubrique: pueblo blanco, serrano y turístico. Cuna del artículo de piel”. Pues bien, me tendrán que perdonar que no esté de acuerdo con él. No estoy de acuerdo, porque no se puede estar acorde con algo que no corresponde a una realidad, palpable y comprobada. Me refiero a lo de turístico ya que ni por asomo lo es. Turístico presupone poseer unas características que atraigan, y precisamente el trabajo y la laboriosidad no son cosas que atraigan al ser humano, que lo que busca es el ocio y el descanso y Ubrique es, ante todo, trabajo. Además, si ser turístico significa el recibir a unas cuantas personas de vez en cuando, cualquier aldea, por pequeña que sea  lo es con mayor motivo que Ubrique. Ubrique es turista y no turístico, porque es él el que sale y no el que recibe, y también me parece inexacto el apropiarse de la paternidad de la manufacturación de la piel, pues es bastante problemático el saber donde empezó a trabajarse la piel. Yo diría que Ubrique, más que creador del artículo de piel es el que lo ha impulsado a ocupar el rango que posee. Y yo me preguntó: ¿Quién tiene mayor mérito, el primer hombre al que se le ocurrió moldear sobre el barro o un Miguel Ángel o Leonardo, que elevaron la escultura a la más sublime expresión del genio? Sinceramente, para mí los segundos y Ubrique es el “Miguel Ángel” del trabajo de la piel.

 Por eso yo propondría que el referido cartelito solo llevara inscrito: “Ubrique”,  porque no necesita adjetivaciones aquello que de por sí expresa toda la grandeza que humanamente se puede conseguir.

Con respecto a lo de blanco y serrano no lo puedo discutir, pero es innecesario, puesto que el solo nombre de Ubrique evoca el blanco de su limpia trayectoria y el olor a retama y lentisco de su tierra.

Así, por siempre y para siempre para mí Ubrique es tan solo Ubrique.

BEBIO DENCIO “TAN SOLO UBRIQUE”




[1] Ciudad de Vietnam. Batalla que significó el final de la Guerra de Indochina contra Francia.




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