miércoles, 16 de marzo de 2022

A mi madre, JULIA CABELLO JANEIRO

 


 

 

                      A mi madre, JULIA CABELLO JANEIRO

 

Por José Manuel Cabezas Cabello

 

Es en esa nostalgia de querer que sea lo que no puede ser, donde nos perdemos y repetimos el error de dejar escapar el presente; el mismo endiablado error que cometimos en aquella, hoy añorada, juventud de la que malgastamos días preciosos anhelando el futuro”. (Victoria Blanco)

 Hoy 16 de marzo de 2022 se cumplen veinte años del fallecimiento  de mi madre. Si viviera, estaría a punto de cumplir 94 años.

Su vida estuvo determinada por los difíciles años de la Guerra Civil y la dura e interminable postguerra con los años “de el hambre”. (En femenino y con hache aspirada)

Su infancia se vio marcada por dos hechos que condicionaron  su vida: el cuidado de su hermano mayor, Paquito, que había nacido con parálisis cerebral y fallecería antes de cumplir los diez años; y la reclusión en la cárcel de Ubrique de su padre, mi abuelo Francisco Cabello Orellana, en los primeros días de la guerra; momento en que ella, recién cumplidos los ocho años, tenía que llevarle  cada día la comida a la prisión.

 


 

No tuvo una vida fácil, a pesar de provenir de una familia relativamente acomodada. Desde muy joven soportó sus problemas crónicos de salud: hipertiroidismo, venas varicosas  y bronquiectasias sin  apenas quejarse y sobrellevando su sufrimiento como había aprendido de su madrina Ana Janeiro Rubiales, quien sufrió una larga, penosa y dolorosa enfermedad.   Estudió en el internado, exclusivamente femenino, de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús,  en Ronda, pero pronto lo tuvo que dejar para asumir responsabilidades por ser la primogénita como la de llevar la contabilidad de la empresa  de marroquinería paterna y posteriormente en Curtidos Julca y demás negocios familiares.

En aquellos difíciles años cuarenta del siglo pasado la estricta moral religiosa impuesta por el Nacional Catolicismo formaba parte del ADN cultural de la época: las mujeres eran obedientes ciudadanas de segunda categoría, no podían usar pantalones, ni vestir de manera que “provocaran las sucias pasiones de la carne”, ni tener cuentas corrientes a su nombre, ni conducir, pocas podían cursar estudios universitarios. Solo servían para criar niños y hacer “felices” a sus maridos.

Cuando conversando con ella la interpelaba con sentido crítico sobre sus arraigadas creencias  tan interiorizadas;  me reconocía  que  aunque yo pudiera estar en lo cierto,  ella tendría que volver  a nacer para aceptar aquello que racionalmente  le exponía.

A pesar de algún que otro castigo, algún doloroso pellizco retorcido en el brazo  y algún golpe con la zapatilla o zapatazo, siempre recordaremos  su desbordante energía, su capacidad resolutoria, su bondad, su buen oído musical y su voz de soprano lírica, sus cartas semanales que me acompañaron en la soledad del colegio interno desde los diez años, su peculiar generosidad  (con donaciones regulares a Cáritas, Domund, San José de la Montaña, Aguiluchos, asilos y orfanatos), su  luz interior y acentuado espíritu religioso, su predisposición a perdonar, su entrega absoluta a la familia y a los más débiles o desfavorecidos, su aire melancólico frente al espíritu alegre, divertido y jocoso de sus hermanas Joaquina, Ana María y Remedios;  y, por último, una comprensión  y compasión incondicional por las debilidades humanas.

Tuvo siete hijos, trece nietos, amadrinó a numerosos niños y niñas,  y cuatro bisnietos a quienes no pudo conocer.

 Mi nombre fue su decisión personal  en homenaje y celebración de sus dos hermanos varones: mis tíos Pepe y Manolo Cabello,  a quienes se sentía muy unida;  hoy tristemente desaparecidos y muy añorados. “Siempre hay un progenitor que nos pesa más que el otro y que nos robustece o nos debilita sobremanera. El futuro nos viene dado tanto por aquellos que creen en nosotros como por los que no creen. Hay quienes nos aman de tal forma que nos lanzan, sin saberlo, hacia la línea infinita de un horizonte movible que avanza cada vez que nos aproximamos a él, infinito y rojo como el corazón...” (VictoriaBlanco)                                                           

 

 


   

Julia Cabello Janeiro 

a principios de los años cincuenta del siglo XX

 

 

José Manuel Cabezas Cabello

 

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