sábado, 28 de noviembre de 2015

Casa Cabello

 Isabel Álvarez, Ana María Cabello y Clara Rojas 
En la puerta de la tienda, 1965


Por Esperanza Cabello

Hace muchos, muchos años, de esta fotografía, quizás más de cincuenta (el cartel que está en la puerta nos ha dado la pista), pero parece que no ha pasado el tiempo, parece que Casa Cabello sigue todavía en la esquina de la Plaza, parece que vamos a llegar a la puerta y nuestro abuelo va a estar allí dentro sentado, en su butaca de mimbre, leyendo el periódico con las patillas de las gafas más arriba de la cuenta, con un cafelito sobre aquella mesa pequeñita, con la máquina de escribir tan preciosa, tan antigua y tan utilizada.
Parece que vamos a ir hacia el mostrador y nos vamos a encontrar a nuestras tías Ana María y Joaquina, siempre riendo, siempre diciéndonos piropos, siempre contentas.
Parece que nos van a sentar de nuevo sobre aquel mostrador tan modernisimo, de colores, como los azulejos de la fachada  y van a volver a colmarnso de ragalos entre sonrisas y alegrías.
¿Cuánto valdrán esos recuerdos de niños? Un potosí, está claro.


 Isabel, Joaquina, Joaquina, Ana María, María de los Ángeles
Cortesía de Lupe Quirós Sánchez de Medina


Casa Cabello era una tienda fundamentalmente de ropa, pero podías encontrar casi cualquier cosa entre aquellas cajas tan grandes de las estanterías, o en unas vitrinas pequeñas atestadas de cacharritos variopintos: un peine con forma de sirena, un cuadro de la Alhambra enmarcado, fundas de plástico para guardar los cepillos de dientes, zapatitos de niños chicos, cintas, babis, ropa interior, monederos, cajitas, estuchería de piel, flotadores para la playa, juguetes de plástico, espejos, toallas, hules, maquillaje, sujetadores con ballenas de verdad, colonias ¿qué no venderían nuestras tías?
Porque siempre eran así, como las vemos en las fotografías, riendo, felices, dispuestas siempre a vender, con mucha labia y muchas tablas en el mundo de las ventas.

Y nuestro abuelo, la verdad es que apenas lo recordamos en el mostrador, más bien en su rincón, tranquilo, o escuchando las historias que le contábamos. También nos acompañaba a veces a la trastienda (¡El paraíso de las "registradoras"!) y nos enseñó a utilizar un viejo tocadiscos, y a apreciar la música de tangos con aquellos discos magníficos que habían traído cuando se vinieron de Argentina.

Casa Cabello era familiar, cercana, una isla en el mundo de las compras. Nos encantaba ir a la tienda y pasar allí las horas perdidas, oyendo las conversaciones de nuestras tías o programas en la  radio de válvulas que nuestro abuelo tenía.

El papel de la tienda: camisería, géneros de punto, lanas
Plaza del Generalísimo, 11, teléfono, "38"

Guardamos como oro en paño este trocito de papel de envolver de la tienda, estaba entre las cosas de nuestros padres y nos parece estupendo poder guardar este "tesoro".

Nuestra prima Irene nos ha enviado un recuerdo entrañable: una de las bolsas ¡Oh, modernidad! de la tienda de nuestro abuelo, ya debían de ser los setenta, porque el teléfono de la tienda había dejado de ser el "38" para ser el "110038", y también había cambiado el nombre de la Plaza, ahora era "General Franco".


 Bolsa de Casa Cabello
Fotografía de Irene García


Cuántas veces íbamos de mandados con nuestra madre y nos quedábamos embobados mirando el escaparate, decidiendo qué pijama nos gustaba más o qué pañuelitos bordados íbamos a pedir... Después nos íbamos con nuestras compras, que tantas veces fueron regalos, en esas bolsas verdes inolvidables. 
De vez en cuando también nos daban una monedita que llevábamos en la mano, fuertemente apretada, y gastábamos en el quiosco de Ana, siempre le comprábamos a ella, quizás por su aspecto de abuela agradable.
Una vez, nuestro abuelo iba a ser padrino de algún recién nacido, no recordamos de quién. Y cuando fuimos a verlo tenía encima de aquella mesita en la tienda un montón de monedas; había perras chicas, perras gordas, pesetas, dos reales... Nos dijo que estaba preparando "el pelón", y que se metería todas esas monedas en el bolsillo para echárselas a los niños al salir de la iglesia.
Nos fuimos con él a la iglesia, y, cuando salíamos del bautizo, nos puso un montoncito de pesetas en la mano, para que no nos pisotearan los niños mayores si nos metíamos a recoger monedas del suelo.

"Roña, papá Luis"
"Padrino, que no se lo gaste en vino"
"El pelón, el pelón"

Esas eran las frases que los chiquillos gritaban a plena voz al terminar los bautizos (nosotros hemos pensado que seguramente en tiempos de Alfonso XIII, cuando se acuñaron aquellas monedas con la efigie del rey niño a las que se les llamaba popularmente "pelón", ya se repartirían puñados de monedas en los bautizos, y cuantos más "pelones" hubiera, pues mejor, más generoso era el padrino y más dinero recogían los niños).
 Pues en aquella ocasión nos quedamos junto al padrino, con las moneditas bien guardadas, mientras los demás niños pugnaban por recoger otras monedas del suelo.

La tienda estaba justo en el centro del pueblo, junto a las de Rogelia, de Consuelo Bohórquez y de Pilar y Juan Piñero, en los sesenta y en los setenta aquella era la zona casi exclusiva de ropas y tejidos. No recordamos hasta qué año estuvo abierta, pero de una cosa estamos seguros: Casa Cabello dejó un recuerdo imborrable en todos nosotros.

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