Por Leandro Cabello Izquierdo
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Hace un tiempo hablaba mi hermana Esperanza en este blog del adelanto tecnológico que supuso para la familia la compra de una radio de válvulas allá por los años 30 del siglo pasado. Pues bien, hoy quiero traer a” colación” otro adelanto, pero en el campo del tiempo libre.
Pero comenzaré por el principio, hace unos días estaba ordenando el cuarto de los trastos de la casa de mi madre, ya que por fin le he hecho caso y después de veinticinco años me he decidido a ordenar mis cosas y tirar algún libro de texto de los que tengo de cuando terminé de estudiar a principios de los 80 y algún que otro recuerdo. Como me da pena tirar recuerdos pregunté en Madre Coraje si les interesaban los libros y me dijeron que por su peso no (después pensé que los de lengua podrían servir, pero los de sociales, matemáticas y ciencias habrán cambiado enormemente en este tiempo y de poco servirían) de modo que acabaron en el contenedor de papel, por lo menos con ellos, reciclados, saldrá algún manual de informática o un libro de historia donde no aparezca el Muro de Berlín.
Los recuerdos simplemente los cambié de sitio.
En la tarea estaba cuando encontré el saco azul de una tienda de campaña antigua y al abrirlo de pronto vino a mi memoria una multitud de recuerdos de acampadas con Paco, José Antonio y algunos más en la Esparragosilla o en el Hondón de Tavizna, con apenas quince años y con las visitas de nuestros padres por la tarde para llevarnos la cena, no fuéramos a pasar hambre (y a ver lo que hacíamos).
Con alguna mancha y algún que otro boquetillo
La tienda de campaña azul se encuentra aún,
después de treinta años, en buen estado.
Foto: Leandro Cabello
La tienda de campaña azul se encuentra aún,
después de treinta años, en buen estado.
Foto: Leandro Cabello
Pero la historia de la tienda de campaña había comenzado mucho antes, cuando mis tíos Julia y Prudencio pusieron una armería y tienda de deportes en los Callejones sobre el año 1969, mucho antes de que el Decatlón nos invadiera con la publicidad de las tiendas que se montan solas cuando se tiran al aire.
Mi padre les compró una fantástica tienda, sin suelo, sin doble techo y por supuesto sin "gore-tech", me imagino que para echarse la siesta los domingos en el campo, aunque mi madre cuenta que durante alguna paella dominguera tuvo que refugiarse dentro de la tienda a cocinar por culpa de un repentino chaparrón.
La verdad es que por la falta de” impermeabilidad” la paella quedaba con más caldo que el deseado. Con la tienda azul en las manos recordé que todos, absolutamente todos los domingos del año íbamos al campo, cuando aún no había tantas alambradas y todos sabíamos respetar el sitio en el que estábamos. Tanto íbamos al campo que, al sitio donde pasamos tantos y tantos domingos con la tienda de campaña se le quedó para siempre el nombre de: EL LLANO CABELLO, aunque jamás fuera propiedad de la familia.
Leandro Cabello Izquierdo, octubre 2009
4 comentarios:
Ay que ver la de recuerdos que puede provocar un simple objeto, verdad>
Glubs, queria decir HAY que ver
¡¡Y lo que cuesta desprenderse de ellos¡¡
tanto de los recuerdos como de los objetos.
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