Por Esperanza Cabello
El tiempo pasa, y los recuerdos van modificándose poco a poco a medida que éste transcurre. Afortunadamente.
El recuerdo de nuestros abuelos se traslada a los primeros años, y los recordamos como abuelos, cuando éramos pequeños, cuando nos cuidaban y nos contaban historias.
Nosotros nacimos y nos criamos en la casa de nuestra abuela, en la calle San Pedro. Éramos muchos niños, jugábamos y corretábamos por los immensos pasillos de aquella casa que nos permitía jugar a romanos, a indios, a cualquier cosa...
Nuestra abuela era genial, como todas las abuelas: hacendosa, decidida, cariñosa... y contaba unas historias fantásticas mientras nos arropaba o nos tranquilizaba.
Una de las que más miedo nos daba era la del avión, aunque siempre terminaba sin bombas:
"Hace muchos, muchos años, vivíamos en la calle Real, yo tenía cinco hijos muy pequeños, y vuestro abuelo había ido a Madrid para vender monederos. Este pueblo era muy tranquilo, pero, un día de verano (el 26 de julio) hubo un tiroteo a la entrada. Había una gente que se había levantado en armas y se peleaban unos y otros a balazos.
Nosotros teníamos mucho miedo, temíamos que llegara la guerra.
La mañana siguente oímos un ruido extraño: era un avión. Toda la gente salió a la calle a ver qué era eso, y, de repente, el avión empezó a lanzar papelitos blancos.
Vuestros tíos salieron corriendo a coger los papelitos, y cuando los leímos nos asustamos aún más: era una amenaza. Nuestra abuela había aprendido la amenaza de memoria (como otras muchas personas de este pueblo):
"Si en el plazo de cinco minutos, a partir de este momento, no son entregadas todas las armas en lugar visible, delante del puesto de la Guardia Civil y cubiertas azoteas y tejados con sábanas blancas; será bombardeado ese pueblo con bombas que lleva este avión".
Nosotros preguntábamos aterrados si los habían bombardeado, pero nuestra abuela nos tranquilizaba:
No, no nos tiraron las bombas, todo el mundo puso las sábanas blancas en las azoteas y no nos tiraron bombas. Unos días más tarde llegaron las tropas, empezó una guerra terrible y entonces hubo muchos muertos".
Años más tarde, nuestro padre nos contaba la misma historia, e intentó conseguir alguna de aquellas octavillas. Pudimos ver algunas, pero siguieron con sus dueños.
Nosotros estábamos empeñados en que la historia del avión no se perdiera, y en nuestro empeño hemos encontrado una de esas octavillas, que ilustra esta entrada para que no olvidemos nuestra historia.
El recuerdo de nuestros abuelos se traslada a los primeros años, y los recordamos como abuelos, cuando éramos pequeños, cuando nos cuidaban y nos contaban historias.
Nosotros nacimos y nos criamos en la casa de nuestra abuela, en la calle San Pedro. Éramos muchos niños, jugábamos y corretábamos por los immensos pasillos de aquella casa que nos permitía jugar a romanos, a indios, a cualquier cosa...
Nuestra abuela era genial, como todas las abuelas: hacendosa, decidida, cariñosa... y contaba unas historias fantásticas mientras nos arropaba o nos tranquilizaba.
Una de las que más miedo nos daba era la del avión, aunque siempre terminaba sin bombas:
"Hace muchos, muchos años, vivíamos en la calle Real, yo tenía cinco hijos muy pequeños, y vuestro abuelo había ido a Madrid para vender monederos. Este pueblo era muy tranquilo, pero, un día de verano (el 26 de julio) hubo un tiroteo a la entrada. Había una gente que se había levantado en armas y se peleaban unos y otros a balazos.
Nosotros teníamos mucho miedo, temíamos que llegara la guerra.
La mañana siguente oímos un ruido extraño: era un avión. Toda la gente salió a la calle a ver qué era eso, y, de repente, el avión empezó a lanzar papelitos blancos.
Vuestros tíos salieron corriendo a coger los papelitos, y cuando los leímos nos asustamos aún más: era una amenaza. Nuestra abuela había aprendido la amenaza de memoria (como otras muchas personas de este pueblo):
"Si en el plazo de cinco minutos, a partir de este momento, no son entregadas todas las armas en lugar visible, delante del puesto de la Guardia Civil y cubiertas azoteas y tejados con sábanas blancas; será bombardeado ese pueblo con bombas que lleva este avión".
Nosotros preguntábamos aterrados si los habían bombardeado, pero nuestra abuela nos tranquilizaba:
No, no nos tiraron las bombas, todo el mundo puso las sábanas blancas en las azoteas y no nos tiraron bombas. Unos días más tarde llegaron las tropas, empezó una guerra terrible y entonces hubo muchos muertos".
Años más tarde, nuestro padre nos contaba la misma historia, e intentó conseguir alguna de aquellas octavillas. Pudimos ver algunas, pero siguieron con sus dueños.
Nosotros estábamos empeñados en que la historia del avión no se perdiera, y en nuestro empeño hemos encontrado una de esas octavillas, que ilustra esta entrada para que no olvidemos nuestra historia.
Octavilla lanzada por un avión sobre Ubrique
el 27 de julio de 1936
el 27 de julio de 1936
Durante la guerra civil muchos ubriqueños y ubriqueñas murieron, los aviones de guerra volvieron a pasar por nuestro cielo y nuestro pueblo sufrió lo indecible.
Las denuncias de unos a otros se llevaron por delante a muchas buenas personas, algunas de nuestra familia, que murieron por defender ideales o, lo que era peor, sin saber por qué.
En Ubrique Info podemos leer un artículo de Fernando Sigler que nos acerca un poco más a esta época que no debe repetirse jamás.
Las denuncias de unos a otros se llevaron por delante a muchas buenas personas, algunas de nuestra familia, que murieron por defender ideales o, lo que era peor, sin saber por qué.
En Ubrique Info podemos leer un artículo de Fernando Sigler que nos acerca un poco más a esta época que no debe repetirse jamás.
Esperanza Cabello Izquierdo
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Nota de noviembre de 2015: pinchando en este enlace podemos oír a una de las ubriqueñas que vivió esta época, nuestra amiga Consuelo Bohórquez, ya fallecida, recitando el texto de la octavilla, se lo sabía de memoria desde pequeña.
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2 comentarios:
¿Que fuerte no?
Mi abuela, que también vivía en la calle Real, me contaba este suceso con gran pena y después de tantos años que habían pasado y lo viejecita que ella ya era, recordaba al pié de la letra esos papeles. Imagino que debió ser terrorífico, lo peor que puede pasarle al ser humano es verse en una guerra. Hace poco, mientras subía la calle Beato Diego con mi hijo de 3 años, al ver la calle llena de máquinas, piedras y tierra me preguntó, con la ingenuidad propia de su edad, si aquello era la guerra. No hijo, le contesté, aunque lo parezca, la GUERRA QUE NO LA VEAS TU NUNCA.
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