La entrada de la Cueva de la Pileta
Apenas ha cambiado en los últimos cuarenta años
Por Esperanza Cabello
Vivir en la Sierra de Cádiz es siempre un lujo, sobre todo si nos interesa la naturaleza y un ritmo de vida diferente, sencillo y sin grandes ambiciones; cerca de nuestras raíces y respetando nuestro entorno.
Durante el verano a todos nos gusta cambiar de ambiente, ir a la playa a disfrutar rodando entre las olas; visitar a la familia que vive en otras zonas de España o del mundo; aprovechar la tranquilidad para terminar las lecturas pendientes o las visitas que nunca podemos hacer en invierno.
Pero hay una actividad que siempre, sea la época del año que sea, se convierte en mágica y emocionante: recorrer la Cueva de la Pileta con la familia.
Descubierta en 1905 por Tomás Bullón, la Cueva de la Pileta es un claro ejemplo de que una joya de la prehistoria puede estar gestionada y protegida por la misma familia que la descubrió hace más de cien años, siendo esta gestión ejemplar y casi "personal", pues la cueva es, para todos ellos, además de un modo de vida, una "niña querida y protegida".
Nosotros hemos ido a la cueva desde nuestra infancia. Nuestro padre era un apasionado de las cuevas y de la montaña, además de estar terriblemente interesado en el mundo antiguo. Y consigió interesar a toda la familia por estos temas, así que nos recordamos muy pequeños, yendo de la mano de los mayores recorriendo los recovecos de esta cueva a la luz de los "petromanes" que, por si no lo recuerdan, al principio fueron los de las petaquerías de Ubrique. (En este enlace).
La moderna tecnología llega prudente y respetuosa a la cueva
Ahora la tecnología ha llegado, tímidamente, a la cueva. Siempre intentando preservar y proteger el tesoro natural y cultural que acoge, haciendo que sea uno de los yacimientos visitados mejor conservados del mundo. Y ya no están los antiguos petromanes, sino unas lámparas de leds de luz limpia que llevan los mismos visitantes.
Como decíamos, visitar la Pileta es una apuesta ganadora en todas las estaciones. La temperatura constante hace que sea más fresquita en verano (si se visita ahora sería aconsejable llevar "una rebequita") y más cálida en invierno.
Ahora, por supuesto, todo está más organizado, existe una magnífica página web muy interesante en la que podemos preparar las visitas, además de conocer los horarios (de diez a una y de cuatro a seis en verano) y saber qué vamos a visitar.
También, para preservar las pinturas, hay algunas que no hemos podido ver, y, por supuesto, ya no se toca el "órgano" y los guías (magníficos y desenvueltos) avisan en varios idiomas que no se puede tocar nada, ni las piedras, ni los restos de cerámica ni las paredes de la cueva.
Pero además el recorrido (de una hora más o menos) está lleno de sorpresas, de anécdotas, de preguntas, de curiosidades.
Nuestro guía, Aurelio, nos dejó a todos sorprendidos con las explicaciones no solo de datos históricos y arqueológicos, sino de la percepción del mundo y de la vida en una gran cueva como esta (impresionante la obscuridad y el silencio absolutos cuando se apagan todas las lámparas).
Y además toda la visita es "como en familia", recorriendo los pasadizos que se visitan y llegando a la sala final donde este año nos han dado una versión muy diferente, original y absolutamente sorprendente de en qué tipo de lugar nos encontrábamos... ya lo sabrán ustedes cuando la visiten.
Desde Ubrique podemos ir por la carretera de Cortes que, aunque no está en muy buenas condiciones, es una carretera que ofrece unas vistas magníficas del Parque de los Alcornocales, y después seguir unos kilómetros hasta el término de Benaoján, donde se encuentra la cueva. Y si lo preferimos, podemos ir por la carretera de Ronda, bien entrando por el desvío de Montejaque o por el de Benaoján (más cerquita de Ronda).
Lo que sí podemos seguir afirmando es que, aunque la conozcamos de toda la vida, visitar la Cueva de la Pileta es una de las mejores ideas del verano.
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