Por Esperanza Cabello
Hoy hace once meses que murió nuestra madre. Cualquier persona que haya perdido a su madre podrá entender cuantísimo la echamos de menos. Las madres son muy necesarias para sus hijos, pero también las abuelas son muy necesarias para sus nietos.
Y a esa abuela es a la que recordamos hoy, esa abuela dispuesta y alegre, que supo transmitir a sus nietos cariño, alegría, paciencia y amor por los libros, la lectura y las letras en general. Gran lectora, también era una paciente contadora de acertijos, leyendas y cuentos, a veces cuentos tradicionales, otros inventados.
Uno de esos cuentos inventados, que además ella misma escribía con su impecable caligrafía, ha llegado a nuestras manos esta semana, y al leerlo la hemos recordado como tantos cientos de veces, sentadita al borde de la cama, contando sosegada historias que nos embobaban. Eran historias simples, llenas de bondad y ternura, que nos encantaban
Les presentamos el cuento de la ardilla encantada💜
Esto era una vez dos hermanos que vivían con sus padres en una casita en el campo. Anita era un poco traviesa, aunque de buen corazón y quería mucho a su hermanito Juan que era más pequeño, con él jugaba y le enseñaba a conocer a los animales y todas las cosas del campo. Un día que estaban jugando un poco alejados de la casa vieron a una ardilla subida en un árbol que daba vueltas y subía y bajaba sin parar, pero al ver a los niños se paró y se quedó mirándolos con sus ojillos vivaces.
La niña quedó sorprendida al oir que la ardilla les hablaba; el niño, como era más pequeñito, no se asustó ni se sorprendió.
¿Cómo os llamáis? -Yo Ana, y mi hermano Juan, le dijo la niña ya más tranquila. Las ardillas no hablan.
Pero yo sí, porque soy una princesa convertida en ardilla por el hechizo de una bruja.
¿Podemos hacer algo por ti?
Creo que sí, dijo la ardilla subiendo a una rama, porque para volver a ser mujer necesito de dos niños que quieran hacer tres buenas acciones, pero no se lo digáis a nadie, si no no saldrá bien; y ahora más vale que volváis a casa, porque vuestros padres van a estar preocupados.
Los niños volvieron a su casa, pensando qué podrían hacer para ayudar a su amiga la ardilla. Y como no tardaron mucho su madre no les dijo nada al regresar.
Como era temprano se pusieron a jugar y llegaron dos amiguitos que vivían en una casita muy pobre y no tenían juguetes; Ana y Juan recordaron que tenían que hacer una buena acción y sin pensárselo dos veces , ella les regaló la muñeca que llevaba y Juanito, acordándose de la ardillita que tanto le había gustado, les dio su escopeta de plástico a sus amiguitos.
Al día siguiente por la mañana, después de desayunar un buen vaso de leche con cacao y una tostada con mantequilla, se dirigieron los dos muy contentos al encuentro de su amiga del campo; y allí estaba la ardilla comiéndose una nuez.
¡Hola, amiguitos! Ya sé que habéis hecho una buena acción y os estoy muy agradecida, pero recordad que os quedan otras dos.
Procuraremos ser buenos para que vuelvas a ser princesa otra vez, le dijeron los niños.
Y allí estuvieron un rato divirtiéndise hasta que llegó la hora de volver a casa. Pasó aquel día y su madre estaba admirada de lo bien que se portaban sus hijos; otras veces discutían o se peleaban, pero ahora estaban muy amables y obedientes, y hacían todo lo que ella les mandaba sin rechistar. Ya por la tarde, cuando el sol se iba escondiendo detrás de la montaña, estaban en la puerta de su casa y de pronto vieron un perrito que iba cojeando a la par que daba aullidos lastimeros. Los niños se acercaron con un poco de miedo pero el perrito los miró como pidiéndoles que lo ayudaran; el pobrecillo tenía un alambre de espino enredado y cada vez que andaba se le clavaba. Con mucho cuidado Ana y Juan le quitaron el alambre y le curaron las heridas, el perro daba saltos de alegría alrededor de sus salvadores.
Muy felices entraron en la casa. Aquella noche soñaron cosas muy bonitas. Al levantarse por la mañana su mamá les anunció que aquel día irían a visitar a una anciana enferma que vivía algo lejos y le llevarían un cesto lleno de provisiones. Los niños pensaron que no iban a poder ir a jugar con su amiga del árbol, pero no dijeron nada y se dispusieron a acompañar a la mamá.
Ya en casa de la anciana los niños le hicieron compañía y estuvieron muy cariñosos con ella, prometiéndole que volverían de vez en cuando y Anita le leería un precioso libro que la viejecita tenía allí.
Al día siguiente fueron muy contentos al campo y ... ¡Oh, desilusión! La ardillita no estaba en el árbol; se sentaron los dos muy tristes creyendo que habían perdido a su amiga, cuando de pronto se oyó una voz suave a sus espaldas que los llamaba:
¡Anita, Juan! ¡Estoy aquí!
¡Qué vieron sus ojos! Allí había una preciosa niña que les sonreía con dulzura.
¿Tú eres la ardilla? Preguntaron los dos al unísono.
¡Yo era la ardilla! Y ahora, gracias a vosotros, he vuelto a ser lo que era, una niña.
¿Qué harás? Preguntó Anita.
Me voy con mis padres que lloran mi ausencia, pero antes quería despedirme de vosotros y daros las gracias.
Adiós, adiós, ya volveremos a vernos.
De vuelta a casa, Ana y Juan contaron a sus padres lo que les había sucedido, y su madre les dijo: Eso está muy bien, pero pensad que tenéis que seguir con vuestras buenas acciones, no vaya a ser que haya más princesas convertidas en ardilla y necesiten vuestra ayuda.
Todos los días, Ana y Juan siguieron visitando el árbol de la ardilla para recordar aquella aventura y por si alguna vez... ¡Quién sabe! Asomaba por allí una ardilla.😉
.
Este pequeño cuento, tan inocente y tan simple, nos trae una sonrisa y un buen recuerdo para este día de efemérides tristes. Hace diecisiete años que murió nuestro padre, y once meses que murió nuestra madre. A los dos les gustaba escribir, cada uno con su tipo de historias, y nosotros solo podemos agradecerles a ambos que nos hayan enseñado a valorar este mundo de las letras, que tanto nos ha dado.
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¡Hola, amiguitos! Ya sé que habéis hecho una buena acción y os estoy muy agradecida, pero recordad que os quedan otras dos.
Procuraremos ser buenos para que vuelvas a ser princesa otra vez, le dijeron los niños.
Y allí estuvieron un rato divirtiéndise hasta que llegó la hora de volver a casa. Pasó aquel día y su madre estaba admirada de lo bien que se portaban sus hijos; otras veces discutían o se peleaban, pero ahora estaban muy amables y obedientes, y hacían todo lo que ella les mandaba sin rechistar. Ya por la tarde, cuando el sol se iba escondiendo detrás de la montaña, estaban en la puerta de su casa y de pronto vieron un perrito que iba cojeando a la par que daba aullidos lastimeros. Los niños se acercaron con un poco de miedo pero el perrito los miró como pidiéndoles que lo ayudaran; el pobrecillo tenía un alambre de espino enredado y cada vez que andaba se le clavaba. Con mucho cuidado Ana y Juan le quitaron el alambre y le curaron las heridas, el perro daba saltos de alegría alrededor de sus salvadores.
Muy felices entraron en la casa. Aquella noche soñaron cosas muy bonitas. Al levantarse por la mañana su mamá les anunció que aquel día irían a visitar a una anciana enferma que vivía algo lejos y le llevarían un cesto lleno de provisiones. Los niños pensaron que no iban a poder ir a jugar con su amiga del árbol, pero no dijeron nada y se dispusieron a acompañar a la mamá.
Ya en casa de la anciana los niños le hicieron compañía y estuvieron muy cariñosos con ella, prometiéndole que volverían de vez en cuando y Anita le leería un precioso libro que la viejecita tenía allí.
Al día siguiente fueron muy contentos al campo y ... ¡Oh, desilusión! La ardillita no estaba en el árbol; se sentaron los dos muy tristes creyendo que habían perdido a su amiga, cuando de pronto se oyó una voz suave a sus espaldas que los llamaba:
¡Anita, Juan! ¡Estoy aquí!
¡Qué vieron sus ojos! Allí había una preciosa niña que les sonreía con dulzura.
¿Tú eres la ardilla? Preguntaron los dos al unísono.
¡Yo era la ardilla! Y ahora, gracias a vosotros, he vuelto a ser lo que era, una niña.
¿Qué harás? Preguntó Anita.
Me voy con mis padres que lloran mi ausencia, pero antes quería despedirme de vosotros y daros las gracias.
Adiós, adiós, ya volveremos a vernos.
De vuelta a casa, Ana y Juan contaron a sus padres lo que les había sucedido, y su madre les dijo: Eso está muy bien, pero pensad que tenéis que seguir con vuestras buenas acciones, no vaya a ser que haya más princesas convertidas en ardilla y necesiten vuestra ayuda.
Todos los días, Ana y Juan siguieron visitando el árbol de la ardilla para recordar aquella aventura y por si alguna vez... ¡Quién sabe! Asomaba por allí una ardilla.😉
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Este pequeño cuento, tan inocente y tan simple, nos trae una sonrisa y un buen recuerdo para este día de efemérides tristes. Hace diecisiete años que murió nuestro padre, y once meses que murió nuestra madre. A los dos les gustaba escribir, cada uno con su tipo de historias, y nosotros solo podemos agradecerles a ambos que nos hayan enseñado a valorar este mundo de las letras, que tanto nos ha dado.
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