Ubrique. Los niños y niñas de la calle San Pedro la mañana de Reyes de 1963
Por José María Cabello
Debe ser la inercia, o quizás sean los recovecos del subconsciente que atraviesan la memoria para convertirse en recuerdos. Lo cierto es que esta mañana de Reyes, con el roscón en la mesa, me he despertado a la hora que lo han hecho todos los niños.
A las siete en punto, una suave lluvia incipiente golpeó los cristales como un campanazo seco. Y siguió la magia que marca con la ilusión y la nostalgia de esta única jornada. Sentí un casi imperceptible ruido como de pies con babuchas para llegar cuanto antes a la chimenea del salón.
Eran mis nietos, y antes fueron mis hijos asombrados de ver cumplidos sus deseos en sorpresa. Carmenchu y yo nos uníamos a la fiesta.
El primero que llamaba a diana en la casa de Ronda era Keko, quién despertaba a los demás y nos ha remitido un escrito que describe perfecta el alma de esta fiesta infantil. Y la sorpresa fue in crescendo, según lo hacían por edad. Como cuando Noe consiguió su primera moto que por magia apareció en el salón. Me brindé a acompañarla hasta la gasolinera para repostar. Y mi sorpresa fue que salió como un rayo nada más arrancar.
Y llegó este año la novedad de la fiesta con ribetes agridulces. La pandemia no ha podido quitarnos ni los sueños, ni la ilusión, ni la esperanza en que todo mejore. Eso sí, la ruleta que es la vida ha dado una vuelta completa.
Ahora somos los mayores los que nos volvemos niños. Llegaron también para nosotros los regalos. El primero el de seguir vivos y aumentar la familia con esa preciosa bebé Victoria, que vuelve a unir a dos ramas familiares, pasados los mares al Tatarabuelo Paco con la neófita.
Y el amor compartido con cariño familiar para seguir siempre unidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario