Recortes de prensa en la Biblioteca Municipal de Ubrique
Por Esperanza Cabello
Hace unos días tuvimos la ocasión de visitar la nueva exposición que se ha instalado en la Biblioteca Municipal de Ubrique, se trata de la donación de algunos objetos personales y una colección bibliográfica de Jesús Ynfante Corrales, nacido en Ubrique en 1944 (en este enlace).
Este escritor, cuyo padre, el médico jerezano Jesús Infante, emparentado con Blas Infante, cambió su apellido para no ser relacionado con el padre de la patria andaluza, es uno de los grandes desconocidos de la época.
Nos ha llamado mucho la atención el responso de Eduardo Sáenz de Varona en Europa Sur:
"Jesús Ynfante, jerezano, exiliado, cosmopolita, con un planteamiento
ético insobornable, ácrata, siempre a la contra del poder establecido,
se alza acusador, después de muerto, en los versos del poema Góngora de
Luis Cernuda: Mas él no transigió en la vida ni en la muerte / y a salvo
puso su alma irreductible".
Conociendo la reciente inauguración de la exposición, nos acercamos a visitarla, buscando quizás alguna mayor relación con el pueblo en el que nació, y hemos encontrado un par de recortes de prensa (sin datos) y algunas postales del Ubrique de los setenta.
Este es el primero de los recortes, desconocemos su autoría:
SEMBLANZA DE UBRIQUE, UN PUEBLO QUE HACE PATRIA
• Si nos adentramos en la serranía gaditana quedaremos
perplejos al admirar paisajes insólitos de una grandiosa belleza: es una
comarca donde la naturaleza se nos muestra agresiva, bravía y, a la vez, dulce y
serena. La nota dominante es el contraste. Los colores que predominan son el
azul inmaculado de su cielo, herido por el gris acero de sus imponentes
picachos rocosos y el áureo brillo de su sol; el verde esperanzador de la
exuberante vegetación de sus valles y el blanco deslumbrante de la cal en
pueblecitos de ensueño. De vez en cuando nos encontraremos con algún pequeño
riachuelo de curso caprichoso entre rocas y adelfas, por donde discurren
cantarinas aguas en tropel.
Sí, amigo lector, este paisaje enmarca un pueblo entre
otros muchos: su nombre es Ubrique. No hemos de contentarnos con una visión
panorámica de éste desde «Las Cumbres», pues si el marco es creación divina, el
cuadro es obra humana, y para conocer lo humano hay que descender de las
alturas. Obra humana hecha con sacrificios, laboriosidad e iniciativa. pues no
debemos dudar que Ubrique es lo que sus hijos han querido que sea: un pueblo
que se ha hecho a sí mismo, mundialmente conocido por el renombre de su esplendorosa
industria marroquinera, que es garantía de calidad y buen gusto.
El ubriqueño es artista por naturaleza y siente, en lo
más profundo de su ser, ese orgullo sano que embarga al artífice cuando ve que
su trabajo v desvelos son compensados por la culminación de una obra en la cual
dejó impreso el sello imborrable de su genio creativo.
Si caminamos por las calles de este pueblo sin par
observaremos pulcritud en las mismas y amabilidad desmedida en sus habitantes,
lo que hace que el forastero se encuentre a gusto y como en su propia casa. Ante
todo, nos daremos cuenta de que el secreto de su progreso radica en la
laboriosidad de empresarios y trabajadores, los cuales, con su esfuerzo diario
v constante, engrandecen a un pueblo, hacen patria y alcanzan para ellos y sus
hijos las cimas del bienestar, colocando a Ubrique en una posición preeminente
entre los pueblos de la provincia.
Más nuestra curiosidad y nuestro espíritu observador,
que nos indujeron a recorrer lentamente sus calles, nos empujan
irrefrenablemente a visitar cualquiera de sus muchas «petaquerías»; vemos en
sus puestos de trabajo a mujeres y hombres realizando de forma magistral y con
habilidad inconcebible las distintas facetas en que se divide el proceso de
fabricación: unos cortan, otros rebajan, planchan o cosen, y de vez en cuando
percibiremos el rítmico golpeteo de la «patacabra». Si inquirimos de alguno una
somera explicación de la labor que realiza, con el simpático gracejo de los
hijos de esta tierra nos dará toda clase de detalles, como profundo conocedor
que es de su oficio, transmitido de padres a hijos como singular herencia.
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