Nuestro hermano Francisco nos ha traido este viejo romance, de casi dos siglos, sobre el nacimiento de la Fuente de la Hedionda.
En el reino de Granada,
y en el mes de la sementera
del año mil seiscientos
y ocho, por buena cuenta,
se ocupaba una familia
en laborear la tierra,
compuesta de padres e hijos
y una mocita doncella.
A esta le acometió
cierta noche una dolencia
tan grave, que se temieron
el que amaneciese muerta.
Subiéronla sus hermanos
moribunda en una bestia,
por ver si viva llegaba
a su pueblo, Grazalema.
Hicieron el camino alto,
pero la niña enferma
decía casi expirando:
"Agua quiero, aunque me muera'1
aseguran que su achaque
sólo de estómago era.
Fue un hermano a buscar agua,
quedando el otro con ella.
Ignorando aquel paraje,
en una albina se entra,
hizo un hoyo con las manos,
llenó una taza pequeña
de agua mezclada con cieno,
sin saber si es mala o buena.
Y la enferma la bebió
con extraña ligereza.
No pasaron tres minutos,
cuando una sólica abierta,
con abundantes despeños,
la ataca con tal violencia
que sus hermanos creyeron
que ya la muerte era cierta.
Rezáronle muchos credos,
llorando lágrimas tiernas.
De allí a poco abrió los ojos,
diciendo: 'Ya yo estoy buena".
Según doña Frasquita Larrea, en su diario de viaje a Ubrique de 1824, este es el romance que un lugareño dedicó al descubrimiento de la fuente de la Hedionda. El texto íntegro de ese diario de viaje lo podemos leer en este enlace de José María Gavira.
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