Isabel Álvarez Janeiro
Por Esperanza Cabello
Hoy hemos estado un ratito charlando con nuestra tía Isabel Álvarez que, a sus noventa y dos años, sigue magnífica, con una memoria envidiable y un optimismo que contagia a todos.
Siempre nos gusta hablar de otros tiempos, de otra gente, de gente querida y nunca olvidada, de la familia, de los vecinos, de los amigos, del Ubrique de los años veinte...
Hoy le ha tocado el turno, cómo no, a Papá Manuel y al tío Eloy. Isabel era la segunda nieta del primer matrimonio de Papá Manuel (Manuel Janeiro Córdoba) con Isabel Rubiales Coveñas. Era pequeñita y vivaracha, así que se metía en el bolsillo rápidamente a todos. Su abuelo sentía una especial predilección por esa chiquitilla y, bonachón y afable como era, le hacía muchísimo caso.
Una vez a la semana se jugaba a la lotería en el Café de Janeiro (estamos hablando de principios de los años 20), no sabemos bien qué se jugaba, pero Isabel recuerda a muchas personas mayores repartiendo los cartones y a un hombre diciendo los números. Como era muy pequeña (tres o cuatro años) uno de los parroquianos le regaló una sillita de La Huerta (Benamahoma), y su abuelo le ponía la silla sobre el billar y a ella en su silla, así que durante todo el tiempo de la lotería ella miraba al público asistente desde arriba.
Cada semana se sorteaba "casualmente" (nos cuenta con picardía) un gran muñeco de cartón, que era de publicidad del petróleo que su abuelo vendía, y, casualmente también, alguien decía alegremente que el muñeco le había tocado "a la niña".
Isabel estaba encantada de que siempre le tocara a ella el muñeco. Nos ha explicado que era un gran muñecode cartón, con muchos michelines, así gordito, que venía de propaganda con el petróleo.
Papá Manuel vendía también el producto que se utilizaba para candiles y quinqués (petróleo se llamaba aquí en Ubrique) en un almacén que había junto al café. En ese mismo sitio había una tostadora de café, de esas cilíndricas a las que se daban vueltas.
Máquina para tostar café, principios del siglo XX
A Isabel le encantaba dar vueltas a la manivela, a pesar de que era muy pequeña, y los que estaban en el café la miraban asombrados y sonrientes.
En la misma puerta al lado del café se sentaba Mamá Julia (Julia Rubiales Coveñas, nuestra bisabuela), que pasaba una buena parte del tiempo envolviendo con un papel muy fino y muy blanco los terrones de azúcar.
Mamá Julia con su hija Julia. 1914
Compraban el azúcar al por mayor, en grandes cajas, y mamá Julia se sentaba todas las tardes un ratito en la puerta, con la caja de los azucarillos a un lado y papel del fino recortado al otro. Sobre una mesa de las del café iba envolviendo los terrones de azúcar de dos en dos con la destreza de quien ha hecho la misma tarea miles de veces.
Es que en la familia el café era sagrado, un buen café tomado en buena compañía es un tesoro. Los Janeiros y los Rubiales tenían, y aún conservan una gran querencia por el café. Nos cuenta Isabel que cada vez que nacía un nieto (y antes había hecho lo mismo con cada hijo que nació) Papá Manuel iba a verlo con una tacita de café, porque le daba dos o tres cucharaditas de café para que se fuera acostumbrando al sabor.
En el café de Janeiro había una gran tradición cafetera, (recuerden que algunos de los hermanos: Eloy, Humberto y Rogelio, se fueron a trabajar a Cuba, a un ingenio de café en Camagüey). Papá Manuel hacía el café para todo el mercado, y nunca les cobraba a los que tenían más de sesenta años (tampoco les cobraba la copita de aguardiente a las seis de la mañana, mientras montaban los puestos del mercado.
Papá Manuel
Pues las monjas le tenían encargado que les guardara las zurrapas (una palabra muy curiosa, de origen prerromano, que se refiere a los posos del café) para poder hacerles un cafelito a los ancianos del asilo. Papá Manuel las iba guardando con cuidado en una lata muy grande, y cuando venían a recogerlas él les daba además un poquito de café molido, para mejorar el gusto.
Isabel nos ha estado hablando también de María Fernández, la mujer que ayudó toda la vida en casa de sus abuelos. Eran tiempos duros y María trabajaba mucho. Llegaba por las mañana desde su casita en el Rodezno y lo primero que hacía era ir a la plaza a llenar los cántaros de agua, entonces, claro está, no había agua corriente en las casas. Y lo segundo, encender el fuego, las cocinas económicas necesitabas estar encendidas desde temprano.
Se pasaba todo el día guisando, limpiando, lavando y echando una mano donde fuera necesario. Con el tiempo María se convirtió en una persona más de la casa. Isabel la recuerda ya de mayor, pequeñita y vestida de negro, con un pañuelo anudado en la barbilla y un gabán sobre la otra ropa.
Las dos grandes penas de María Fernández fueron, primero, la muerte de papá Manuel, que la sintió como si fuera su padre, y después la muerte de su nieta, que se había casado muy joven, con solo trece años, con el Chiriguay, y había muerto a los tres meses de la boda.
Isabel la recuerda como una mujer educada y cariñosa, muy atenta y muy trabajadora.
Finalmente hemos hablado de cocina. Papá Manuel era un "cocinillas", y preparaba como nadie el jamón dulce. El matadero de Ubrique estaba, en aquellos años, en la Plaza de la Verdura. Papá Manuel compraba él mismo las patas y las ponía al horno con un procedimiento especial que hacía que se cocieran sin sal y muy blandas, consiguiendo una especie de "jamón cocido" muy apreciado en la época.
Las matanzas se hacían a principios de noviembre ("A cada cerdo le llega su San Martín", el día de san Martín es el once de noviembre), aunque seguían casi todo el invierno. Papá Manuel tenía en estos días previos a las fiestas muchísimos pedidos de jamones dulces, con lo que el café se llenaba de aromas intensos y de más clientes aún.
Es un lujo poder contar con una "informadora" como Isabel. recuerda las historias con precisión y narra todo como si lo estuviera viviendo de nuevo. Realmente somos muy afortunados de poder contar con ella para recuperar un poquito de nuestra historia viva.
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