Por Manuel Cabello Janeiro (1975)
Nada
nos hacía pensar que aquel verano que trabajamos en el mausoleo, nos trajera
tantas sorpresas. Nuevos afloramientos arqueológicos se iban prodigando con
increíble velocidad.
En
aquel entonces, una modestísima piedra, perfectamente trabajada, y que le
llamábamos “piquera” o “pitera”, nos daría la pista de uno de los
descubrimientos más interesantes del Grupo 208, en aquel cálido verano.
En
la época que lo descubrimos, servía de bebedero para uno de los perros de la
cortijada. “In situ” lo fotografiamos, y de ello tenemos constancia en nuestros informes veraniegos y en nuestras memorias. Es de piedra caliza,
magníficamente tallado, y cuyo destino era el recoger el goteo de aceites de
una prensa molinera.
En
esos pagos, jamás, se recordaba la existencia de un molino de tal índole. Visto
por el experto, lo señaló de un molino romano.
Y
como siempre ¿el porqué?¿el cómo? ¿el cuándo?
Ya
un mausoleo, una calzada, innumerables restos por doquier, y por si era poco en
el interior del patio de la finca, una aljibe…
Un
aljibe cuya estructura no era muy corriente por la comarca…
Aquello
nos dio que pensar… En los días 10 al 13 de junio, en nuestros cotidianos paseos,
ya la teníamos detectada. Don Salvador de Sancha, director del Museo de Artes y
Costumbres Populares de Sevilla, inspector regional de excavaciones y a su vez
director de las excavaciones arqueológicas en el Salto de la Mora de Ubrique, a
requerimiento nuestro vino a visitar el mausoleo. Y en su visita del día 14 de
junio, cuando subimos al caserío del cortijo, y después de charlar ampliamente
con el propietario de la finca, don Miguel Bohórquez, le mostramos al Profesor
el aljibe descubierto. Don Salvador no dudó un instante en señalarlo como
aljibe romano.
He
aquí su descripción: Sobre superficie del terreno existe una pared bordeando a
un brocal, de forma rectangular y cuyas medidas aproximadas son de 8 metros por 5 metros por 1 de altura.
Todo el interior está relleno, aparentemente de hormigón moderno (decimos
aparentemente, porque debajo de esta capa de unos 7-8 centímetros encontramos la
primitiva superficie de “opus incertum” y que sirve de bóveda al compluvium).
Sobre esta superficie existen tres bocas, de un metro aproximado de diámetro,
dos de las cuales están tapadas y una de ella descubierta, por donde
actualmente extraen el agua. Los bordes interiores de estas bocas, son los que
delatan la presencia de obra romana, por sus especiales características. En
estas primeras visitas, el interior tenía agua. Poca pero el dueño nos
anunciaba que este año, debido al estiaje, procedería a su limpieza, allá a
mediados del mes de septiembre. Este plazo, para nosotros nos venía largo. Queríamos
continuar “sacando cerezas”.
Cuando
realizamos los primeros reportajes de fotos en el mausoleo, intentamos, en un
primer día obtener alguna foto. Un desastre. Aquello no nos salió bien pues no
teníamos luz suficiente. Solo salieron las de superficie. Al siguiente día, ya
mejor preparados, realizamos un segundo intento. Lo iniciamos metiendo unas
escaleras que había en la finca, pero la profundidad (después veríamos que eran
5 metros)
no nos dejaba llegar al fondo. Pero nosotros erre que erre. Había que hacerlas.
A Pepe Basallote, el más delgado del grupo, don Manuel lo amarró por las
piernas y cabeza abajo, en postura nada cómoda, estirando los brazos todo lo
posible, alcanzó a disparar varias fotos, en el interior. Estas si salieron. Y
cuando las vimos, nos dieron que pensar. Pero dejemos esto para más adelante, y
sigamos con la descripción.
Su
interior, totalmente liso, de paredes estucadas, que no pudimos estudiar bien,
porque por la boca antes mencionada no daba campo de acción para nuestras miradas.
Aunque si podíamos apreciar que tenía una bóveda inmensa de medio cañón.
Todo
aquel pretil, de superficie, como así mismo la tapadera, diríamos, del aljibe,
era construcción moderna. Debajo estaba lo interesante. Máxime cuando don
Miguel nos dijo que del interior habían salido las columnas que adornaban los
jardines de la finca. En total, doce, seis en una parte, y otras seis en otra.
Con
el mismo cubo de sacar agua y su cuerda correspondiente, hicimos cálculo sobre
la profundidad del mismo. Unos cinco metros. El agua que había en el fondo,
como medio metro. No había peligro de entrar en él.
Nos
parecía interesante tomar medida de las columnas del jardín y así lo hicimos.
Las que estaban en la espalda del cortijo eran las siguientes: 2 trozos de 100 centímetros, 2 de 80 centímetros y 2 de 60 centímetros, puestos sobre unas basas de cerámica
latericia.
Y
los trozos que se encontraban en el jardín lateral de la casa eran: 2 de 120 centímetros, 2 de 90 centímetros, y 2 de 60 centímetros, todos estos con seis basas primitivas.
Todos
los tambores, así como las basas primitivas, estaban construidos en roca
arenisca, predominante por estos contornos.
Grupo de Misión Rescate en Los Bujeos
La
primera mirada a las fotos realizadas por el amigo Basallote nos hicieron abrir
la boca de exclamación. Aquello era sorprendente. Aquello, más que un aljibe se
parecía todo a un santuario o templo; se apreciaba una bóveda de medio cañón, a
todo lo largo verdaderamente impresionante. Sus altas paredes, así como la
propia fábrica, nos daba la impresión de encontrarnos ante un monumento soberbio…
pero lo que más nos llamó la atención, al contemplar las fotografías, era que
las paredes laterales presentaban huellas de estar fabricadas en sillares,
revestidos de estucos, y no de “opus incertum o signinus” como lo está
cualquier obra hidráulica romana. Aquello era para pensar, y máxime, cuando en
las esquinas interiores del monumento no veíamos esas “curvas” propias de los
recintos hidráulicos, y que los romanos hacían en defensa de la presión del
agua. Era para pensar. Nuestras mentes trabajaban sin descanso. ¿Sería aquel
aljibe otro mausoleo? No uníamos aquel recinto, por ninguna de las
características que observábamos, con recinto hidráulico. La pregunta quedaba
en el aire. Además, aquellas columnas sacadas del interior…
Lo
mejor que hicimos fue concertar una visita con la señora viuda de don Miguel Bohórquez
Vecina, el antiguo propietario que mandó hacer el aljibe.
Esta
la llevamos a cabo el pasado 22 de agosto. Por la tarde, en su casa de Ubrique.
Nadie mejor que ella nos podía dar datos de dicho aljibe.
Fue
larga la visita. A todos nosotros nos recibió con mucho agrado. Es una señora
mayor, atentísima y con una memoria envidiable.
Hablamos
largo y tendido sobre la construcción del cortijo y del aljibe.
Primitivamente
existía un pequeño caserío, gañanía y vaqueriza. En el cerro más alto de los
contornos, ya el padre del difunto don Miguel, es decir el suegro de la señora
recordaba ella, quería haber construido un amplio edificio porque, según decía,
(él era médico) no había lugar más saludable. Con esta idea el hijo, allá en
1.919, comenzó las obras del nuevo caserío. En su lugar, había habido de
siempre un huerto. Recordaba que las cosechas, sobre todo de patatas se daban
muy bien, pero en el lugar que ocupa hoy el aljibe, unos 40 metros cuadrados,
no había patata que se desarrollara.
También los
propios campesinos nos agregaban que cuando se trabajaba en ella “oían a
hueco”. Ante esta perspectiva y metido de lleno en la obra de construcción de
la nueva casa, don Miguel excavó en la zona que referenciamos. Se dieron de
cara con un pavimento revestido de mosaico. ¡Oh atraso!, lo rompieron para ver
que había debajo. Nos contaba la señora que tenía unos colores muy bonitos, así
como los dibujos que ella cree recordar eran de tipo geométricos. Ahondando en
nuestra conversación, nos señaló que un hermano de su esposo, afamado médico,
también ya desaparecido, recogió una muestra de este pavimento o mosaico, pero
lamentablemente también se perdió. Después bajarían, por una de sus bocas hacia
el interior, y que dentro sacaron los más diversos materiales. De entre ellos,
esas columnas que sirven de adorno al cortijo, algunas monedas y otros restos.
Las
fotos por un lado, las explicaciones de la señora por otro, la gran cantidad de
materiales por el otro, y mirando y remirando el cerro, el descubrimiento nos
hacía pensar en que nos encontrábamos ante otro gran templo funerario, parecido
al del Salto de la Mora,
con dos plantas, conservada la parte de abajo, (lo que hace hoy de aljibe), y
la planta superior, con restos de su altar en el mosaico desaparecido. Aquello
de ser cierto sería un extraordinario descubrimiento…
Grupo de Misión Rescate, marzo de 1968
El
sábado, día 23, llamamos a don Salvador
y le contamos todo. No se sorprendió si se alegraba de cuanto le contamos,
porque aquello venía a potenciar su hipótesis de que en aquel lugar había
existido una gran “Villa Romana”, y que el aljibe correspondía al “compluvium”.
Interesante era, interesantísimo, porque por el estado actual de lo
descubierto, se podría realizar un magnífico estudio monográfico.
El
mismo día 24, domingo, nos trasladamos al lugar. Cuanto habíamos charlado en
días anteriores se confirmaba. No obstante deseaba ver unas buenas fotos del
interior para emitir su definitivo dictamen.
En
la semana del 23 al 30 de agosto, estas fueron hechas y llevadas personalmente
por don Manuel, nuestro maestro-jefe, a Bolonia, donde se encontraba de
inspección don Salvador. A la vista de las mismas, y con las explicaciones de
nuestro maestro-jefe, dictaminó definitivamente sobre el compluvium.
Como
decimos, en la semana del 23 al 30, realizamos los preparativos para entrar en
el compluvium. Había que encontrar unas escaleras, estrechas y suficientemente
largas para poder penetrar. La tarde del jueves, día 28, allá nos dirigimos.
Iba el grupo completo, más dos de los antiguos batidores, que nos habían
ayudado en la limpieza del mausoleo, y un fotógrafo local, el señor Infantes,
con las cámaras y pertrechos necesario, para no fracasar en nuestro intento.
Las escaleras no las facilitaron los electricistas del municipio. Tienen,
exactamente cinco metros de largo.
El
primero en entrar fue don Manuel. Con cierta reserva pues vimos salir algunos
bichejos del interior. Una vez abajo, nos fue llamando a todos, que bajamos al
interior.
Sorprendente,
extraordinario, majestuoso… no hay palabra para calificarlo. Aquel monumento
nos encogía el espíritu por su grandiosidad…
Fotos,
medidas, rastreos…
Las
paredes laterales, levaba razón don Salvador, primitivamente, cuando se
descubrió por don Miguel, habían sido limpiadas de su estuco de opus signinus,
y habían sido revestidas con cemento moderno. (Ya pensó este señor que lo que
descubrió le serviría para aljibe). Su suelo muy irregular. El pavimento
primitivo también había sido arrancado. Tan irregular, que ha poca agua que
quedaba en algunos sitios tenía más de medio metro, mientras que en otros,
había pequeñas isletas de rocas que emergían, y que a nosotros nos venían de
perilla, porque sobre ellas descansábamos de la frialdad tan enorme que el agua
tenía. Además, estábamos descalzos y notábamos el frío…
Miramos
muy detenidamente las paredes, para ver de encontrar alguna huella del revestimiento
primitivo, y fue don Manuel, quien en un rincón, concretamente el que da a la
cara del actual brocal el que encontró, por fuera del agua, la huella indeleble
del revestimiento antiguo, un magnífico opus signinus, que posiblemente los
trabajadores habían dejado allí. Esto nos agradó muchísimo, porque nos lo
databa a la perfección.
Tomamos
las medidas necesarias y rastreamos toda el agua que había, por si
encontrábamos algo de interés.
Los
resultados de las medidas fueron los siguientes: 6 metros, exactamente de
largo, 3 de ancho y 5 de alto, al cenit de la bóveda, perfecta, de medio cañón.
El arranque de la misma, lo hace sin adorno alguno, y a 4,20 metros de altura.
En
cuanto al rastreo, pudimos encontrar, ayudados por linternas, restos de algunas
“tessella” desprendidas en su interior, pero sin color alguno, y desunidas.
Todas eran casi iguales, de casi un centímetro cuadrado.
Rastreando
el exterior, en ocasiones anteriores, intentamos dar con alguna pero lo que
encontramos, aunque parecido, carecía de interés, según nos manifestaba don
Manuel.
Después,
nada más de interés…
Nuestra
alegría y contento no puede ser mayor. Nuestro nuevo descubrimiento de un compluvium
viene a potenciar más la zona arqueológica ubriqueña. En nuestras Crónicas
Generales, que enviamos adjunto a las presentes memorias acompañamos un plano
de localización de estos restos arqueológicos, y que tanto interés tienen, no
solo para la historia local, sino nacional.
Una
vez más el grupo, sin reservas de ninguna clase, y entregado totalmente a la
tarea, ha finalizado este trabajo, en un tiempo “récord”.
Todo
sea por “la cereza que se enganchó en la siguiente cereza”.
Ubrique- septiembre 1.975
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