La Plaza de Ubrique
Fotografía de Leandro Cabello
Por Esperanza Cabello
Hoy traemos un artículo que nuestro amigo don Bartolomé Pérez Sánchez de Medina escribió en 1972. Se trataba de una miscelánea en torno a Ubrique, describiendo el paisaje de la sierra y del pueblo. Es una descripción poética y emotiva que nos recuerda que en cada rincón de Ubrique puede surgir una catarata de arte y cultura.
Miscelánea en torno a
Ubrique
LA SIERRA Y UBRIQUE
Para el viajero despreocupado y
solitario que deambula en su vehículo por las serpenteantes y estrechas
carreteras de la Sierra de Cádiz, bajando profundos valles y ganando cimas con
lentitud desesperada, es una gran sorpresa encontrar un paisaje virgen y
salvaje, lleno de desenfadado encanto y alejado de artificialidad. Riscos
grises y viejos, con arrugas de siglos y de mitos populares, comienzan a
emerger de la tierra, y a medida que se avanza hacia el corazón de esta comarca
surgen en tan gran número que llega a convertirse todo en un fértil y salvaje
paraíso peñascal. Algunos islotes de tierra negra anclados entre las rocas
sirven de sementera.
El campesino de esta zona, moreno
de sol y de piel rugosa como las sierras que le rodean, se mueve solitario,
mudo como un fantasma viviente testigo de varios siglos. De trecho en trecho,
en estos caminos, se deja atrás alguno que otro de estos rústicos, montando en
pollino o mula macilenta y triste, cansado, sudoroso y cabeceando al compás de
su cabalgadura.
En las mismas entrañas del calizo
paisaje, entre Grazalema y Ubrique, a lo largo de la Manga de Villaluenga –llamada
en invierno por más de un hijo de estas tierras “La Siberia Gaditana”- se
contemplan con ternura varias majadas en lo profundo del valle, como nubecillas
de algodón diseminadas en un verde fresco y salpicado de flores silvestres. La
meca de estos rebaños es Villaluenga. Está colgada en la sierra. Se dice de
esta villa que tiene la plaza de toros más grande del mundo, en expectación,
pues la misma vertiente inclinada donde se apoya sirve de graderío para
presenciar las lidias en su feria.
Pero quizás lo más conmovedor en
estos picos es el encuentro con Ubrique en “Las Cumbres”. Al alcance de las
manos están las sierras; se avanza lentamente. Parece que con cierto celo y
mimo se abren poco a poco las vertientes montañosas para mostrar un retoño de
blancura en el valle. Se baja despacio. No podría pensarse que tan escondida
estuviera tanta belleza de luz, de transparencia, de rumor alegre, de vida, de
ajetreo artesano…
Ya en el pueblo, una calle
empinada y limpia conduce a la plaza. Plaza soleada. Naranjos frescos, de
penachos redondos y recogidos, miran la fuentecita del centro, sencilla y de
rumor corto, sin estridencias, que vela la monotonía secular de los otros
cuatro caños en paramento barroco, pero sencillos y humildes como los labios
que se acercan a tomar su frescor.
El reloj de la torre de la ermita
de San Antonio avisa del tiempo. Es este reloj, de pesas viejas, empolvadas y
oscuras, el único indicio de tiempo en la plaza de Ubrique.
Al lado de la fuente barroca de
los cuatro caños resalta por su blancura y sus líneas neoclásicas, sin
pretensiones de orgullo, el Ayuntamiento, con un estilóbato semicircular y
brillante de lustre.
Al frente, en el otro extremo de
la plaza, el muro liso de la iglesia, blanco de nieve, con la gran puerta de
las solemnidades.
El templo está bajo la advocación
de Nuestra Señora de la O, cuya imagen es una preciosa talla de Gregorio
Fernández.
En los bancos verdes que alternan
con los naranjos descansan algunos ancianitos. Mudos, temblones y quietos,
parecen otear trozos aislados del pasado que quizás encajaron en este bello
marco de agua fresca y azahar.
LA PISCINA DE LA SIERRA
Hace ya varios años el
Ayuntamiento de Ubrique adquirió unos terrenos para la construcción de una
piscina. El día 15 de julio del año en curso ha sido inaugurada por el
gobernador civil de la provincia.
Está situada entre dos colinas,
mirando la sierra y bordeada de suave césped manchado por algunas sombras de
pequeños llorones y un gran algarrobo. En cada colina hay un mirador, donde se
dominan el pueblo, el campo y las sierras.
Bar y restaurante sirven de
complemento del disfrute del visitante curioso y el bañista.
El espléndido sol meridional
aviva un verdadero arco iris quebrando y diseminado, cristalizando en un
pedacito de edén este simpático rincón serrano.
EL TURISMO Y LAS PETACAS
Ha bastantes años que Ubrique
vende sus artículos de piel al extranjero. Cada año ha ido en aumento el
volumen de su exportación. Igualmente ocurre en el mercado interior, que cada
año se supera la cifra de ventas establecida el anterior.
Pero hoy día, el pueblo de las
petacas, de las petaquerías y de los petaqueros recibe en su seno, en su propia
esencia artesana, visitas de clientes nacionales y extranjeros para realizar
sus pedidos “in situ” de la fabricación.
Este hecho no solamente
contribuye a llevar a todos los rincones de nuestra geografía y a buena parte
del extranjero el prestigio del “Legítimo Ubrique”, sino que hace que el
cliente predique las excelencias de este laborioso pueblo perdido en la sierra.
Bartolomé Pérez
Sánchez de Medina.
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