La revista del Ateneo, septiembre , 1926
Alcalá en el Romancero
LIGERA se desliza por el anchuroso mar una fusta turquesa. Desde las tierras de África se dirige a las costas españolas. Su dorada popa despide, al ser herida por el sol, vívidos destellos. Bellamente engalanada, de seda y oro, navega la embarcación. Pero mucho más bella es una mora de Túnez que en ella viene. Los fastuosos arreos que la cubren, realzan su maravilloso semblante, las armoniosas líneas de su figura.
A sus pies, rendido de amor, la enamora con dulces palabras, un bizarro moro de la tribu de los gazules[1], que muy pronto la hará su esposa. Cien cristianos, vestidos de blanco y azul, le rinden vasallaje. La felicidad sonríe por todas partes a la bella tunecina. Con gran esplendor y magnificencia se celebrarán las bodas; su vida discurrirá, placentera, entre músicas y canciones. Recostada indolentemente entre ricas sedas, mientras contempla la inmensa sábana de agua, que corta la fusta con gallardía, va pensando todo esto la hermosa viajera, en cuyos labios florece una sonrisa de felicidad.
A veces, sin embargo, recuerda con nostalgia la tierra que abandona, y entonces, momentáneamente, se apaga el brillo de sus ojos, se marchita la sonrisa de sus labios, y su mirada vaga por cuanto le rodea, fría e indiferente. Y acaso, en la hora melancólica del crepúsculo, cuando los resplandores purpurinos del sol muriente espejean en las azuladas aguas, resbala por sus mejillas la perla de alguna lágrima...
Corren los azarosos años del reinado de San Fernando. Empeñada está la guerra entre árabes y cristianos. El santo rey no da apenas tregua a sus conquistas. En el año 1248, le llega la vez a la poderosa Alcalá de los Gazules, habitada por moros cuya bravura y bizarría eran proverbiales. Alcalá es sitiada por el ejército cristiano. Los gazules se defienden heroicamente. Filigranas de valor se realizan por una y otra parte. La ciudad está ya ardiendo, y sus torres y murallas comienzan a desplomarse entre las llamas.
Los chapiteles de plata
Que amenazaban las cumbres.
Con el humo y con las llamas
Su rojo arrebol encubren
Su alcázar, mezquita y baños
Vomita alquitrán y azufre,
A cuyas llamas las armas
De los cristianos relucen.
Denuestos e injurias, se cruzan entre los combatientes de uno y otro ejército, que vagan por las llamas con los rostros fieros y amenazadores. Los moros redoblan sus ya casi exhaustas fuerzas, en una última y suprema resistencia. Pero los cristianos acometen impetuosos al fin y la victoria queda de su parte. Entonces se retiran a la cumbre de una colina próxima, y allí encienden mil luminarias y hogueras en señal de júbilo.
En aquel momento, Muley, el fiero alcaide de la vencida plaza, descubre al rey Fernando desde una torre que ya se desploma. Su corazón valeroso vibra de noble orgullo. Y sin poder dominarse increpa al rey cristiano con palabras en que se mezcla el despecho del vencido con la bizarría del gazul.
Y dice: «Llega, cristiano,
Saquea, roba y destruye,
Pues que has vencido el linaje
Que al mundo de sangre cubre-
Los Gazules llevas presos,
De esta tierra honra y lumbre,
Y te afirmo que Granada
Cercada un año no dure.
Cuando veniste a Alcalá,
Dentro en mis baños lo supe:
Dejé la toca de seda,
Que mi frente ciñe y cubre;
A las torres de mis armas
Con mis moros me retruje:
Salí al campo porque nadie
De ser cobarde me acuse.
Mas no es la pérdida de Alcalá lo que más siente el desgraciado Muley. Lo que le parte el corazón es abandonar a su esposa, una bella mora tunecina que hace un año trajo de África. Mientras increpa al rey cristiano, va recordando con honda pena, el cuidado con que la transportó a España, el cariño con que la hizo su esposa, y el poco tiempo que ha gozado de sus caricias.
Y al recordar todo esto, al pensar que ya no volverá más a contemplar el fuego de sus ojos, ni a escuchar su risa cristalina, queda un momento callado, y luego, con voz blanda y desfalleciente, profundamente emocionado, prosigue hablando al rey:
Mas llévenme el alma presa.
En una mora de Túnez,
Que fue de esta tierra fuego,
Y de esta tierra la lumbre.
Celebrárnosle las bodas
Mañana un año se cumple:
Martes, día de desgracia,
se acabaron hoy lunes.
P. PÉREZ CLOTET.
Villaluenga, septiembre de 1926.
[1] Los gazules: tribu beréber en al-Andalus: llegados con los almorávides, siguieron con su género de vida nómada, dedicándose a la depredación desde el momento en que fueron hostigados y retirándose luego a las montañas más altas, donde debieron de vivir hasta la conquista cristiana. De su presencia sólo quedó el recuerdo de su nombre y, tal vez, de su forma de vida en tiendas.
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