El Rodezno en 1937
fotografía gentileza de Antonio Bohórquez
Por Esperanza Cabello
El Rodezno simboliza el nacimiento del Ubrique moderno. En esta zona tan genuina convergen muchas de las tradiciones, historias y oficios de nuestro pueblo, y debe su riqueza, por supuesto, al ingente nacimiento de agua que lo corona. “El Nacimiento” a secas, también conocido como nacimiento de la Cornicabra, que surte de agua a los ubriqueños desde la Prehistoria.
El Rodezno pintado por Julia Janeiro Rubiales en 1916
De la primera urbanización de la zona tenemos noticia gracias a los libros fundacionales del convento de capuchinos.
En 1726 el ayuntamiento solicitó del padre provincial y de la comunidad permiso para utilizar la cañería conventual, construyendo el acueducto del que aún hoy en día quedan algunos restos en la calle de San Francisco, que llevaba el agua hasta la fuente de cuatro caños en la Plaza.
Se comenzó entonces por fabricar un acueducto que salvara el desnivel del nacimiento. Este acueducto era arcado y tenía una fuente con abrevadero que subsistió hasta que en 1937 se realizó la obra nacional de traída de agua a Ubrique.
Y debió de ser muy antigua la instalación de estos molinos, porque escudriñando en las ruinas de uno de ellos, en determinada ocasión, se encontró una piedra escrita a manera de lápida en la que se puede leer:
"JHS. ESA OBRA HIZO GASPAR Y CABEZA, AÑO DE 1682"
Aunque hay pocos documentos antiguos que se conservan, hemos podido saber que uno de los primeros edificios que se construyeron en la zona fue el molino del Duque, Ubrique formaba parte del señorío de las siete villas, otorgado a Ponce de León tras la expulsión de los árabes en la zona, habiendo también un segundo molino. En 1753 consta en el Catastro de Ensenada:
A la décima séptima pregunta dijeron que en esta dezmería hay hasta nueve molinos harineros, que el uno está en el sitio que llaman “del Nacimiento” propio de dicho Excelentísimo Señor Duque de Arcos, que es de dos paradas; el dicho le puede producir anualmente de sus maquilas hasta cien fanegas de trigo; otro que está en dicho sitio y llaman “de las dos paradas”, las que tiene y es propio y perteneciente al patronato fundado por Gonzalo Sanz Nieto, vecino que fue de la villa de Villaluenga que hoy percibe sus rentas Pedro Barea Nieto, vecino de ella, quien distribuye sus rentas en doncellas parientas y ganará anualmente otras cien fanegas de trigo.
También sabemos que, por la calidad del agua del nacimiento, las primeras tenerías, y también las últimas, estaban asentadas en la zona, incluso que, en la parte trasera, en el “lejío” se comenzó a construir una fábrica de ladrillos en 1847, propiedad de José Coveñas Orellana.
Y, por supuesto, además de las actividades industriales, el Rodezno siempre ha sido lugar de reunión y trabajo de las lavanderas, que se convirtieron, además, en un símbolo del lugar.
Frasquita Larrea, de su estancia en Ubrique en el verano de 1824, escribe:
Al pie de este peñasco (que llaman también el salto de la Mora, por motivo de una tradición que supone a una Mora arrojándose de esa altura huyendo de los cristianos) sale el manantial que surte al pueblo y que, pasado el Convento, fluye por un arqueducto al través de cuyos arcos se ven las huertas. Entre este Arqueducto y un guardalado, debajo del cual se ven las mujeres lavando con el agua del otro nacimiento que sale por el molino, corre una calzada hasta entrar en las calles del pueblo. Un grandísimo y frondoso álamo negro sombrea a las lavanderas, y más arriba del molino se ven grupos de olmos y chopos en derredor del manantial y a sus espaldas suben peñascos hasta las nubes.
A principios del siglo XX, Romero de Torres inmortalizó a las lavanderas del Rodezno con una preciosa fotografía realizada en 1906.
Una de ellas se llamaba María Avelino, era una lavandera ubriqueña en los años veinte, el sustento de su familia dependía de su trabajo, y ella lavaba para las familias más favorecidas. Cada mañana iba a la casa correspondiente y recogía la ropa para lavar, se iba con su panera y su jabón al Rodezno, a veces al lavadero del Benalfí, y pasaba el día haciendo la colada. Porque si hacía la colada le pagaban algo más de aquella perra gorda que cobraba.
Para hacer la colada se enjabonaba la ropa, después en un canasto grande de varetas se ponía un paño basto de jerga y allí se metía la ropa enjabonada, sobre la ropa se ponían las cenizas aún calientes, ya fueran de la copa o de una candela que se hacía allí mismo, y sobre las cenizas se echaba el agua fría. Aquello se ponía a hervir y entonces se tapaba de nuevo con otro paño de jerga basto. Se dejaba todo el día y al día siguiente se lavaba la ropa normalmente.
María estaba embarazada (tuvo al menos nueve hijos) y no había dejado de trabajar ni un solo día, aquella mañana estaba preparando la colada cuando notó que el bebé iba a nacer, se retiró del río para tenerlo y cuando el niño nació lo dejó calentito y entonces siguió preparando la colada. Aquel día, a pesar de haber casi dado a luz en el Rodezno, no paró hasta dejar toda la ropa preparada.
Lavanderas del Rodezno en 1968
Gentileza de Javier Janeiro
Y años más tarde, en 1934, Francisco García Parra volvió a inmortalizarlas desde otra perspectiva.
Manuel Cabello, en su libro “Ubrique, piel al descubierto” 1991 también nos habla de las lavanderas del Rodezno:
Y era bonito porque, tiempo atrás, amén de aquel oficio de panadero, también se ejercitaba allí el de las lavanderas, mujeres que, con paneras de madera o corcho de escalones redondeados longitudinales, realizaban el lavado de la ropa en aquellas limpias y frescas aguas, con tan sólo "jabón del verde" (hecho en labor artesanal con la cáustica y el aceite) y el agua.
Y sobre todo ... ¡mucho pulmón! para una tela más pulcra.
Aquellas mujeres daban al ambiente un tono de jovialidad y alegría. ¡Era muy agradable estar en el Rodezno!
Y tan agradable, Juan Manuel Román nos cuenta que su hermano Paco, que vivió en el molino del Rodezno en los años cincuenta, habla de la alegría que era oír a las lavanderas cantar mientras trabajaban, una de las más recordadas fue Ana Mena, tía de uno de nuestros cantaores flamencos más afamados, Manuel Román Mena, “El pescaor”, muchos años técnico de sonido en Radio Ubrique. Ana tenía una voz cantarina y agradable que alegraba las mañanas a todos los que la oían.
Manuel Cabello nos explica también la razón del nombre del lugar:
La actividad en la zona en la primera mitad del siglo era febril en varios aspectos: había dos o tres molinos. Uno de ellos, conocido como el de Cotrino o el del Nacimiento, fue en 1886 sede de la primera Fábrica Municipal de Luz, y principio de la central autóctona de la "Eléctrica de la Sierra". En aquel antiguo molino se molturaba el trigo durante el día, y por la noche se producía la electricidad. Hacían girar sus descomunales ruedas harineras con el agua que, procedente del cercano nacimiento de la Cornicabra, caía en cascada sobre los arcaduces o cangilones de una noria conectada a la rueda dentada que engranaba con la principal de la tahona, y que en el argot molinero se conocía como "rodezno", de ahí que a la zona se la hubiera bautizado ya con el nombre de "El Rodezno".
Efectivamente, la luz eléctrica llegó a Ubrique en 1893, de la mano del ingeniero francés Jean Pierre Prouvat de Guéry, que había firmado un contrato el año anterior con el alcalde constitucional de Ubrique (en 1892 el alcalde de Ubrique era Juan Chacón Tocón y en 1893 el alcalde era Miguel García Bohórquez).
Ubrique fue uno de los primeros municipios de España que disfrutaba de alumbrado público eléctrico de manera autónoma, pues la electricidad era generada por el Molino del Nacimiento, hoy conocido como "Molino del Rodezno y también Molino de Cotrino", apellido de la familia que es propietaria del mismo desde hace más de un siglo.
Ubrique, años 20
en primer término, el Rodezno
En la actualidad se está reformando la zona del Rodezno, el próximo jueves tendrá lugar la inauguración de la plaza situada sobre uno de los depósitos de agua, justo por encima de aquel acueducto primitivo.
También se ha limpiado la zona del molino, y, (esta es la primera vez que tenemos la ocasión de utilizar la palabra "serendipia", qué ilusión, aunque mejor utilizaremos el término ubriqueño, "de chiripa") de chiripa, dimos con quienes nos ayudaron a hacer un maravilloso viaje al pasado, a aquellos días en los que tenerías, lavanderas y molineros se afanaban en el Rodezno.
Molineros del Rodezno, a la derecha, Antonio Gómez García.
Fotografía de Ubrique en el Recuerdo
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