Por Esperanza Cabello
No es un tema de que nos guste hablar mucho, nos da mucha tristeza y nos recuerda lo crueles y violentos que pueden ser los hombres cuando pierden la humanidad. Pero queríamos hablar, siempre con tacto y mesura, con nuestra tía Isabel Álvarez de la guerra. Más que de la guerra, del último alcalde republicano de Ubrique, Manuel Arenas, porque habíamos hablado del libro Vida y muerte de los alcaldes republicanos del Frente Popular, que se presentará el día ocho de febrero en la Biblioteca Provincial de Cádiz y queríamos que Isabel nos contara su visión de su vecino alcalde (vivía, como ella, en la calle Botica).
Realmente, aunque fuera su vecino, ella no lo conoció mucho, nos contó que había llegado de América, que había comprado el molino de la Esperanza (que a partir de entonces se conocería como el "del Americano", que su mujer era extranjera y que tenían un hijo.
Nos dijo que lo mataron en la guerra y que poco después la mujer y el hijo desaparecieron para siempre y que no conocía a nadie de su familia...
Pero entonces, y aunque ella normalmente no habla mucho de eso, empezó a contarnos historias de aquellos momentos tan difíciles. Algunas, como la de la cárcel de Cortes, no podríamos ni contarlas por la crueldad que tenía. Pero las de nuestra familia, a estas alturas, nos parecieron curiosas.
Por lo visto hubo algunos parientes que estuvieron en la cárcel antes, durante y después de la guerra, eso significa que en la misma familia los había de toda condición y pensamiento.
Nuestro abuelo Paco estuvo un par de semanas encarcelado antes del golpe de estado, dice Isabel que "por beato", nuestro tío Miguel bastante después "por comunista" y nuestro abuelo Leandro durante tres años "porque lo denunciaron" (es increíble cómo buenas personas pueden ser encarceladas por cualquier cosa). El caso es que, sea como fuera, la guerra hirió también a nuestra familia. Nuestra madre cuenta que nuestra bisabuela Pepa se llevó un susto tan grande cuando los sublevados entraron en Ubrique asaltando, robando, rompiendo y avasallando que no se recuperó nunca del todo, y murió poco después.
Isabel nos contó cómo había tiroteos constantes y tenían que ir a por agua a la plaza, porque en las casas no había. Ella era joven y valiente e iba cada día a por agua con su cántaro, notando cómo las balas silbaban alrededor mientras atravesaba la Plaza.
Por lo visto los de la falange habían puesto su cuartel general en la "posá" (justo donde se ve un toldo de rayas blancas y rojas en la foto). Cuando llegaron los sublevados liberaron a la treintena de hombres que había en los calabozos municipales (entre ellos nuestro abuelo Paco), pero Salcedo, uno de los falangistas, perdió la cabeza y empezó a dispararles, matando a siete de los liberados.
Al día siguiente un pelotón de fusilamiento se formó en la plaza, pusieron a Salcedo entre la fuente y el ayuntamiento y lo fusilaron.
Callejuela de la Cárcel (calle Consistorio), años sesenta
Aqui estaba el calabozo municipal
También nos contó que fueron unos días muy difíciles. Primero pasaron las tropas sublevadas, robando y dando después algunas cosas de las robadas (a nuestras tías las Piñeritas las desvalijaron y les robaron todo en la tienda) a los niños y a las muchachas (siempre recordaremos a Candelaria Chacón Quero, la zapatera, que fue capaz de hacer frente a esos bestias y gritarles que a los niños no se les daba vino, sino libros -por cierto, la casualidad ha querido que habláramos sobre ella el dos de febrero, día de la Candelaria, su onomástica-) después pasó el avión de guerra amenazando con bombardear el pueblo si no se cubrían las azoteas con sábanas blancas como símbolo de rendición, y tristemente hubo muchas escaramuzas, muchas detenciones, muchas muertes...
Deseamos, como Isabel y como todos, que nunca se repitan esas atrocidades...
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