La plaza de Abastos
Fotografía de José Luis Ríos Olmedo
CANTO NATURAL: La plaza de abastos y sus alrededores
A Eloísa Pan Esquivel
Había una ratita debajo de una lata
que corría hacia los naipes,
las niñas del Rebaño de María
subían al asilo con babis de rayas.
Un pequeño túnel conducía
a la plaza de abastos,
los vegetales estaban a la izquierda
como dioses que esperaban venderse,
olía a apio verde y zamboa amarilla,
las vendedoras llevaban
copas de cisco para calentarse
el luto de las piernas,
rodetes en el pelo
y una orza con malta La Braña
para el café de las once.
Al fondo hombres con botas de goma
y lunares de escama
vendían peces blancos y azules ,
sirenas de atún herido se tendían
en la puerta de la otra salida,
sangre leve bajaba por la calle Nueva
en arroyos de hilo enrojecido.
Ardía el aceite en el perol de Petra
como un hogar a la intemperie,
costanilla arriba en papel de estraza
tejeringos calientes en las manos frías.
Las campanas doblaban temprano a misa,
el Ton, el Tin y el Tan
oyéndose en la plaza
como tres señoras que anunciaban
bodas y duelos.
Arias de pregoneros en la calle,
"llevo la ristradeajo"pregonaban,
flacos y angelicales
como solistas de una ópera de Viena.
Olía a melones maduros
calados en el aire del verano,
a la suerte segura de un postre
abierto en canal con pipas.
Dentro se oía el dúo de los pescaderos
anunciando
acedías frescas y boquerones de plata,
Felipe y Montero
en un adagio del mar en la sierra.
Un olor a cera fundida y vino dulce
salía del templo de enfrente,
tiernas beatas pregonaban
amores imposibles en la iglesia,
mientras amas de casa compraban
judías en el mercado,
uno frente a otro el alma y el cuerpo
intercambiándose.
Y en medio el vapor de agua
del bar de Aránegas soplando fuerte,
la granza en un cajón de madera,
el café de la mañana,
un respiro entre las dos partes de la vida.
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